Relatos de “The Four Winds”

Gold Edition

 

por Rich Wulf y Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

Las Tierras Escorpión del Sur, cerca del Bosque Shinomen

 

            Oscuras nubes se reunían en el cercano horizonte. Una poderosa tormenta llegaría en menos de una hora – pero había otras preocupaciones en estos momentos. Oscuras formas se movieron en el Bosque Shinomen, sin ser vistas. Algo había ahí, esperando. Pero no esperaría durante mucho tiempo más.

            “Mi señor,” Toturi se volvió para ver a uno de sus exploradores Escorpión inclinándose profundamente. “Dos batidores no han regresado.”

            El Emperador asintió. “Una emboscada.”

            “Debemos llevaros a un lugar seguro, mi señor,” dijo un oficial Escorpión. “Nos dirigiremos hacia el sur, hacia tierras Cangrejo. Podemos correr más que ellos.”

            Toturi consideró durante un momento el asunto. “No,” contestó finalmente.

            “¿Mi señor?” Preguntó el oficial. “Puedo ser un viejo, pero desde luego no estoy débil. No huiré ante un enemigo en mi propio territorio.”

            Los oficiales Escorpión se miraron los unos a los otros, de alguna forma intercambiando información con esas miradas. Era sorprendente como todos los Escorpión podían hacerlo. “Por favor, mi señor, reconsiderarlo. No sabemos quienes pueden ser, o que es lo que quieren.”

            “No importa quienes sean,” contestó Toturi. “Y es obvio lo que quieren. Quieren la sangre de un Emperador.”

            “¡No la tendrán!” Siseó un Escorpión, haciendo que sus oficiales de mayor rango le mirasen irritados.

            Toturi sonrió ante las palabras del joven. “Entonces desenvaina tu espada, amigo mío. Les enseñaremos que ‘Toturi’ sigue siendo un nombre que hay que temer.”

            Toturi y los Escorpión cabalgaron hacia el bosque. Mientras se acercaban, las formas que había en el bosque se volvieron más diáfanas. Los oni y los goblins corrieron hacia delante para encontrarse con el Emperador y sus hombres.

 

 

Ryoko Owari Toshi, la Ciudad de las Mentiras

 

            Akodo Kaneka empezó una compleja serie de katas que había aprendido durante su reciente tutela en Shiro sano Ken Hayai, junto al legendario Akodo Ginawa. Los complicados movimientos le ayudaban a aclarar su mente y ocuparse de su poca habitual ansiedad. Según los informes que había escuchado, el Emperador se dirigía a Ryoko Owari para hablar con él.

            Su padre venía a hablar con él.

            Kaneka sabía tan poco de si mismo. Cuando era un niño, él y su madre estaban ante una muerte segura, y por razones que posiblemente nunca comprendería, había sido llevado al reino del Dragón de Agua, y mantenido allí, a salvo y sin que pasase el tiempo, durante años. Cuando regresó, creció hasta la mayoría de edad escondido. ¿Cómo hubiese sido su vida? ¿Habría tenido algo más aparte de sueños y ambiciones? Quizás nunca lo sabría.

            Kaneka se detuvo y posó su boken en su hombro. El Emperador debería llegar en cuestión de horas. Era tiempo de dejar a un lado sus temores, su ansiedad, su incertidumbre. Debería mostrar a su padre que era un hombre digno de respeto, de ser reconocido. Debía mostrar su fortaleza, no sus debilidades.

            Hubo un ruido en la puerta del dojo. Kaneka se volvió y vio a un joven mensajero Ikoma. “Perdonadme, sama,” dijo el joven. Dudó durante un momento. “Hay… hay informes que llegan del sur. Una fuerza de criaturas de las Tierras Sombrías ha atacado la comitiva del Emperador.” Se detuvo otra vez y frotó nerviosamente su boca. “Los informes dicen que no ha habido sobrevivientes, Kaneka-sama. Lo siento.”

            Kaneka no dijo nada mientras el hombre se marchaba, cerrando la puerta detrás de él. Estaba aturdido, todo se le había ido en un puñado de segundos. Todo lo que se esperaba, una familia, su primogenitura, el sentimiento de pertenecer a algo… se había ido.

            “No,” susurró Kaneka. Agarró su boken y golpeó con el al muñeco de prácticas, rompiendo ambos. “¡No!”

  

 

La Ciudad Imperial, Otosan Uchi

 

            Hantei Naseru sorbió su té con expresión de cansancio. “¿Me imagino que quieres decir algo más, aparte de lo obvio, querida hermana?”

            La expresión de Toturi Tsudao era de una leve irritación, lo que significaba que estaba cercana a la furia. Había sido el único momento en el que había permitido que cualquier expresión estropease su inexpresiva fachada. “Si tienes alguna obvia razón para circunvenir mi autoridad y nombrar oficiales a puestos bajo mi mando, hermano, entonces me gustaría mucho escuchar tus razones. La única razón que se me ocurre es un intento por tu parte de minar mi autoridad, y preferiría continuar creyendo que tu no harías algo así.”

            Naseru sonrió torcidamente. “Es verdad que nombré un pequeño número de oficiales a ciertos puestos en tu Legión. Era una arreglo necesario que llegó como resultado de un tratado mayor que negocié recientemente entre el León y el Fénix. Quieres que los León y los Fénix estén aliados, ¿verdad?”

            “Sabes que si,” dijo pacientemente Tsudao, “pero creo que no hubiese retrasado tus planes consultarme primero. ¿O es que tu alardeado talento para la interacción social solo se extiende a aquellos que tienen algo que tú necesitas?”

            Naseru abrió la boca para contestarla, pero se calló al escuchar un sorprendido suspiro desde el otro lado de la sala. Su madre estaba sentada en el trono, que pudiese recordar, por primera vez Naseru vio como la sorpresa aparecía en su rostro. “Toturi,” suspiró Kaede.

            “¿Padre?” Preguntó Tsudao, su voz alarmada.

            Naseru ya lo sabía. Solo había una cosa que pudiese sorprender a un Oráculo.

            El Orden Celestial había sido perturbado.

 

 

Las colinas sobre Kyuden Isawa

 

            En el día de su gempukku, Toturi Sezaru había matado a un inmenso oni que inexplicablemente había aparecido cerca de las tierras Fénix. Nadie sabía de donde había salido la bestia, ni como había llegado a un lugar tan lejano de las Tierras Sombrías. Los inquisidores Asako y las Legiones Imperiales, incluyendo a su hermana mayor, habían buscado por todos lados señal alguna de un maho-tsukai o más criaturas parecidas, pero sin éxito. Ese día, Sezaru se había nombrado a si mismo Lobo. En el momento en que se había enfrentado al oni, había comprendido su lugar en el mundo. No había habido miedo en su corazón. No, el miedo solo había venido del demonio, una vez que había visto el poder que tenía Sezaru.

            Su destino era el de un cazador. Un depredador. Un Lobo. Aún no tenía una presa. Pero encontraría su senda. Muy pronto.

            Algo se rompió dentro del Vacío.

            Sezaru se levantó de la postura de meditación en la que estaba en un fluido movimiento, sin darse cuenta que lo había hecho. Algo había pasado, algo terrible. Sezaru buscó por el Vacío, buscando lo que le había sacado de su meditación.

            Muy al sur, cerca del Shinomen, vio la gran y poderosa forma de un oni matar a su padre. Vio al Emperador caer muerto al suelo, la sangre de su vida manchando la hierba.

            La pena se agolpó en el interior de Sezaru, pero solo durante un momento. Sintió como algo se rompía en su interior, y la pena fue al instante reemplazada por una fría furia que nunca antes había conocido. Su padre había sido asesinado. Él se vengaría.

            Sezaru invocó a los kami para que le acogiesen en sus brazos. Le llevaría horas llegar al lugar donde su padre yacía muerto, incluso con su magia. Para entonces, el demonio se habría ido.

            Pero el Lobo le encontraría.

 

 

En algún lugar en las profundidades de las Tierras Sombrías

 

             El hombre llamado Daigotsu recuperó el sentido con un respingo. Se levantó rápidamente de la tumbona donde su cuerpo descansaba mientras que su espíritu deambulaba por el Imperio. Una siniestra sonrisa se mostró en su cara, bajo la máscara de porcelana que prefería llevar. Se estiró durante un instante, volviendo a sentir su cuerpo. Era tan diferente a controlar a las inmensas y poderosas formas de los Onisu. En algunas cosas, su cuerpo era más débil. Pero en todas las cosas que importaban, era mucho más poderoso.

            Daigotsu miró al inmenso templo que aún estaba en construcción. Pronto estaría acabado, y cuando lo estuviese sería mayor que cualquier templo que manos mortales hubiesen construido jamás. Su sonrisa se amplió ante ese pensamiento. Este templo no había sido construido por manos mortales, ¿verdad?

            “Os he vengado, mi señor,” Daigotsu ofreció una oración a Jigoku. “Te he vengado, hermano.”

            Un sentimiento de satisfacción abrumó al Señor Oscuro de las Tierras Sombrías, llenando su ser de los familiares sentimientos de éxito y consumación. Todo estaba procediendo tal y como él lo había planeado.

            Había empezado.

 

 

1ª Parte – A Perfect Cut

 

             El ejército Cangrejo miró por encima de la llanura a las fuerzas Grulla que había en el horizonte. En las filas había pocas conversaciones, solo el inquieto resonar de las armaduras mientras la multitud de bushis Hida y Hiruma se preparaban para la batalla. Las escaramuzas cortesanas sobre la suerte de la familia Yasuki ya duraban meses. La proclama de Hantei Naseru de que el heredero legítimo al puesto de daimyo familiar era un Grulla había sido el colmo. Los hijos de Hida nunca aceptarían un insulto así, ni permitirían que los Grulla se anexionasen sus posesiones. ¿Qué sabían los Grulla sobre el deber y el sufrimiento? La suya era una vida de mimados excesos, pero en vez de apoyar a aquellos que hacía posibles sus lujos, buscaban quedarse con más. Los Grulla se habían vuelto codiciosos, como carroñeros en un campo de batalla. Y ahora era el momento de acabar con sus excesos.

            Kaiu Umasu estaba impasible, aunque pensamientos sobre sus enemigos Grulla bullían su sangre Cangrejo. Se sentía honrado por estar a la cabeza de tan glorioso ejército Cangrejo, aún más de lo habitual ya que estaba en el estado mayor de la Campeona Cangrejo, la legendaria Hida O-Ushi.

            O-Ushi estaba en la cabeza del ejército, mirando la ladera de la colina que daba al campo de batalla. Su die-tsuchi, un arma que había destruido decenas de miles de enemigos, estaba colgado sobre su hombro. Su expresión, que tan a menudo mostraba disgusto o irritación, era extrañamente serena. A Umasu le pareció extraño que solo era aquí, en presencia de la violencia, donde ella encontraba la paz. “¿Cuáles son vuestras órdenes, O-Ushi-sama?” Preguntó, el orgullo evidente en su voz.

            La Campeona no contestó inmediatamente. “Formación estándar de ataque,” dijo finalmente. “Las unidades de infantería pesada Hida al frente, con las lanzas preparadas. Les seguirán las armas pesadas, con la infantería ligera Hiruma en el flanco norte y en el sudoeste.”

            “¡Hai!” Umasu se giró y asintió a sus oficiales de señales, quienes inmediatamente cabalgaron hacia el norte y sur para hacer señales a las unidades apropiadas. Él se giró otra vez. “Nuestras fuerzas están preparadas, mi señora. Hoy la victoria será del Cangrejo.”

            “Dicen que Kurohito lidera él mismo a los Grulla,” dijo casualmente O-Ushi. “Es uno de los hombres más temidos de Rokugan. Pocos ya me dan a mi ese título.”

            “Son unos estúpidos si no os temen, Hida O-Ushi-sama.”

            “Quizás lo son.” La Dama del Cangrejo se encogió de hombros, era obvio que eso no la preocupaba. “O quizás sea simplemente que soy demasiado vieja para que les preocupe. ¿Quién lo sabe? Poco importa. A pesar de toda su fuerza, a pesar de toda la brillantez que se le atribuye, hay una debilidad que Kurohito no puede sojuzgar.”

            “¿Cuál es, mi señora?” Preguntó Umasu.

            O-Ushi se volvió hacia el ingeniero con una amplia sonrisa. “No es un Cangrejo.”

           

 

2ª Parte – An Oni’s Fury

 

            La Sala de los Ancestros León era uno de los lugares más sagrados de todo Rokugan, y no solo para el León. La veneración hacia los ancestros no era una cualidad restringida a un solo clan. Cualquier verdadero samurai oraba cada día a sus ancestros; los León simplemente les veneraba más que la mayoría. Era raro que pasase una semana sin que llegase algún peregrino de otro clan. Esos visitantes tenía el acceso restringido a las salas más externas del templo, por supuesto, pero nunca dejaban de sorprenderse ante la vélelas de la Sala.

            Matsu Domotai supuso que algunos podían considerar sus opiniones sesgadas. Como segundo hijo del daimyo Matsu, era su sagrado deber defender la Sala, con su vida si fuese necesario. Su devoción era esperada. Pero había bajado bastante, y había visitado Otosan Uchi varias veces. Los templos que allí había eran bellos, pero les faltaba algo, algo que él solo podía encontrar dentro de la Sala de los Ancestros. Quizás era porque él era un León. O quizás era porque comprendía la verdadera naturaleza de la fé. Domotai creía que era esto último.

            Domotai se arrodilló ante su altar favorito, el dedicado a los ancestros de su rama de la familia. Venía aquí cada día, tras su turno y meditaba durante una hora, pidiendo fuerza y guía. Cerró los ojos y exhaló lentamente, permitiendo que las preocupaciones mundanas le abandonasen y dejándole con el puro vacío necesario para la verdadera piedad.

            Sus ojos se abrieron de repente. Allí había otra presencia, algo que dejaba una asquerosa e incómoda sensación en la mente de Domotai. Se puso en pie, agarrando con fuerza la empuñadura de su espada. “¿Quién se atreve a violar este lugar?” Rugió.

            Hubo una pausa, y luego una sensación que le era totalmente nueva a Domotai: una repentina sensación de expectación, una certeza de que algo estaba a punto de llegar. El velo entre dos mundos resplandeció débilmente, permitiendo al León ver nebulosamente un mundo más allá del suyo.

            Y entonces la bestia cruzó el umbral.

            Domotai lo reconoció al instante. Por las descripciones que había oído, solo podía ser un Tsuno. La horrible, deforme, piel acorazada, los cuernos, y el alargado morro le marcaban como a uno de los misteriosos demonios que asolaban a los León en los últimos meses. Supuestamente, las bestias eran mortíferas y extremadamente difíciles de matar. La bestia agarró su arma y gruñó, preparándose para insultarle gravemente.

            Domotai no le dio oportunidad. Se adelantó y hundió su katana en la abierta boca de la criatura, empalando su cabeza. El guerrero León dio a su espada un salvaje giro, rasgando tejidos y rompiendo huesos. El Tsuno cayó muerto sobre el frío suelo de piedra.

            Matsu Domotai recuperó su espada y gritó, llamando a sus compañeros. Habría más de estos demonios, y él vería que todos acabasen muertos.

 

 

3ª Parte – Dark Allies

 

             Toshi Ranbo había sido el lugar de docenas de importantes conflictos y literalmente cientos de escaramuzas menores en el milenio transcurrido desde que se dibujaron las fronteras entre León y Grulla. Era la desafortunada distinción de la ciudad estar en medio de la frontera entre dos clanes que se odiaban más vehementemente que quizás cualesquiera otros dos del Imperio. La sangre de decenas de miles habían bañado las calles, y los campesinos que allí vivían hacía mucho tiempo que ya no les importaba a que señores servían. Su única preocupación era la supervivencia, y cuanto duraría el alivio antes de que la siguiente batalla llegase a las puertas de sus casas.

            Considerándolo todo, los únicos sorprendidos cuando atacaron los Grulla con los primeros rayos del sol de la mañana fueron los León. Era una buena estrategia táctica. Los León estaban consumidos con vengar el insulto que habían sufrido cuando los Tsuno había atacado su hogar y luego desaparecieron en la nada. Quizás más irritante, el oficial Fénix, Shiba Aikune había violentamente disuelto la alianza León-Fénix usando un poderoso nemuranai para incinerar la mayoría de la delegación León. Nunca en toda la historia había estado el León tan acosado por sus enemigos.

            Ese pensamiento hizo sonreír a Kakita Nakazo. Los cortesanos podían decir lo contrario, pero para un guerrero los León no eran nada más que enemigos. Su reputación de ser el mayor ejército de Rokugan le enfurecía, ya que sabía que él y sus hombres eran mejores. El ejército León era un instrumento romo, que destrozaba a sus enemigos. Las fuerzas Grulla bajo el mando de Nakazo eran precisas como una espada Kakita, devastando con un solo golpe.

            Nakazo y sus hombres gritaron un brutal grito de victoria mientras descendían sobre la dormida ciudad. Los León no estaban preparados e ignoraban el ataque. Hoy no se jactarían de su gran ejército, y tampoco lo harían durante muchos días venideros.

            La expresión del Ikoma no cambió. “Pediría que lo reconsideraseis, Naseru-sama. Este ataque ha sido totalmente no provocado, aprovechándose del León cuando estábamos ocupados con una amenaza a todo el Imperio. Las no autorizadas hostilidades de los Grulla debilita a todo Rokugan.”

            Hantei Naseru levantó una ceja, con curiosidad. “Un engañoso argumento, Goro-san. ¿Cuántas veces han atacado los León Toshi Ranbo cuando estaba bajo el control de las fuerzas Grulla?”

            Goro intentó no fruncir el ceño. “Nunca cuando los Grulla estaban preocupados con asuntos importantes para todo el Imperio, Naseru-sama.”

            “Hablas de los Tsuno,” contestó el Yunque. “Las bestias están siendo actualmente, si no estoy equivocado, presas de una cacería por parte de mi hermana y la Primera Legión. Si tampoco estoy equivocado, creo que esas criaturas no han atacado a ningún otro clan, solo al León.”

            Esta vez, Goro no pudo evitar fruncir el ceño. “Aún no, mi señor.”

            “Por lo que en estos momentos, es el Imperio el que trabaja para proteger al León, y no al revés.” Naseru bebió su té. “Me parece que, dados los problemas actuales de tu clan, los León eran incapaces de proteger adecuadamente a los ciudadanos de Toshi Ranbo.” Dio otro sorbo. “Y por ello reconozco la reivindicación Grulla sobre la ciudad.”

            Kakita Nakazo sonrió con fiereza. Toshi Ranbo solo sería el principio.

 

 

4ª Parte – Broken Blades

 

            Esta no era una forja adecuada. La fuente de calor era insuficiente para la tarea, y los instrumentos que le habían dado eran de una calidad considerablemente inferior a los que estaba acostumbrado a usar. Con las cosas que le habían dado para trabajar, la tarea que tenía que hacer no la podría completar. Lo que solo significaba que le llevaría solo un poco más de lo habitual.

            Kaiu Mizumi se giró y cogió el martillo y las tenazas. Examinó las docenas de lajas de metal con las que tenía que trabajar. Eran de muchos tipos de acero, forjados con técnicas diferentes. Sería difícil, como ya sabía; pero lo más importante es que haría que el producto final fuese de una dudosa calidad, y eso era inaceptable. Un Kaiu no forjaba una hoja que fuese indigna. Si fracasaba en esta tarea, ninguno de sus compañeros lo mencionaría jamás, pero él lo sabría. Y al reconocer su fracaso, sería inútil para su familia y su clan.

            “¿Habrá algún problema?” Preguntó una profunda voz. Mizumi se giró y miró con curiosidad a Akodo Kaneka. El Bastardo – no, ahora tenía un nuevo título – llevaba una armadura hecha con el estilo León, pero había reemplazado el anagrama con uno recientemente adaptado de los símbolos que se encontraban en el Libro de Sun Tao. Era ahora el símbolo personal de Kaneka, el símbolo del Shogun.

            “No, Shogun,” respondió Mizumi. “Será difícil, pero se puede hacer.”

            “Excelente,” respondió Kaneka, era obvio que estaba encantado con la determinación del herrero. “¿Cuánto tiempo llevará el proceso?”

            Mizumi volvió a mirar a las rotas piezas de acero que le habían dado para trabajar. Cada pieza era una laja de un wakizashi que había sido roto para mostrar el juramento de fidelidad de su dueño al Shogun. Igual que los Kami habían roto sus espadas para servir al primer Hantei, también habían dado estos hombres y mujeres sus wakizashi y su honor para demostrar su lealtad a un hombre que ellos creían que podía devolver el orden a un Imperio en caos. “El acero fue purgado de impurezas cuando fue forjado por primera vez. Llevará tiempo restituir y dar forma, pero no tanto como se necesitaría para hacer una espada nueva.” Lo pensó durante un momento. “Una semana, quizás dos. El proceso de doblado será complicado.”

            “Dos semanas,” gruñó un tosco y rechoncho hombre vestido de morado. “Eso no parece que sea mucho tiempo. ¿Será la hoja de buena calidad, con tan poco tiempo?”

            Mizumi miró a los ojos del hombre sin miedo ni duda. “No forjaré una hoja de mala calidad, Khan. Si la hoja que cree no es digna de las necesidades del Shogun, entonces podrá tomar la mía después de que la haya impregnado con mi sangre.”

            El Khan Unicornio sonrió irónicamente ante las palabras del herrero y se frotó su mentón, asintiendo apreciatívamente. Miró a Kaneka, aprobándolo.

            “Comienza,” ordenó el Shogun.

 

 

5ª Parte – Fall of Otosan Uchi

 

            Mirumoto Hikari se despertó de súbito. Detestaba la desorientación que a menudo sentía cuando se despertaba, casi tanto como las siestas que ahora a veces necesitaba. Una vez, había sido un poderoso guerrero, el mejor alumno de su dojo, el mayor combatiente de su Legión. Su nombre había sido conocido y temido. Incluso tan recientemente como durante la Guerra de los Espíritus, los oficiales del Crisantemo de Acero se habían retirado de duelos casi tantas veces como decidían enfrentarse a él.

            Que peaje más terrible tenía que pagar un hombre por la edad. Lo que no podía hacer ningún enemigo, los años lo habían hecho. Ahora, Hikari era viejo y débil, constantemente cansado. Se hubiese retirado hace años a un monasterio si su clan no dependiese en él. Era un funcionario menor en el gran esquema de las cosas, pero la única habilidad que tenía de joven y que no se había atrofiado era su habilidad para leer a las personas. Siempre sabía cuando alguien le estaba mintiendo. Quizás era un regalo de su madre Kitsuki.

            Hubo un sonido proveniente de afuera. Hikari frunció el ceño; pensó que se había despertado por deseo de su cuerpo impredecible. Agitó un poco la cabeza, rascándose una oreja para comprobar su audición. Podía jurar que escuchaba los sonidos de la batalla por detrás de la embajada que había sido su hogar desde hacía una década. Pero eso era ridículo. Nadie era tan descarado como para llevar el conflicto hasta Otosan Uchi.

            Un grito de alarma surgió de la calle, y luego un tipo de chirrido que Hikari nunca antes había escuchado. Ninguna garganta humana podría hacer ese sonido, ni siquiera en los últimos y atroces momentos de una muerte dolorosa. Frunció aún más el ceño, e instintos que no había usado desde hacía años le dijeron que cruzase la habitación y que colocase su daisho en su obi. Era un gesto ridículo, por supuesto, pero–

            Algo chocó contra la pared de al embajada con un sonido parecido al de un trueno. Hikari se preguntó que podría haber causado tal calamidad. El golpe se repitió, y esta vez el suelo tembló. El viejo Dragón supo al instante que en algún lugar una pared se había derruido. Lo que había estado en la calle estaba ahora en el edificio. Cuando los sonidos de madera astillándose y de los ladrillos derrumbándose finalmente se callaron, el sonido de rápidos pasos los reemplazó.

            Criaturas entraron el la habitación de Hikari. Eran pequeñas, musculosas, y rebosantes de colmillos y garras. Podían haber sido bakemono, excepto que eran más grandes que cualquier descripción de ellas que hubiese leído Hikari. Olfatearon el aire y le gruñeron, hilos de saliva cayendo de sus siniestras fauces.

            “Venir, entonces,” dijo Hikari, adoptando una postura para luchar. Sus huesos ya no le dolían. Sentía que la postura era natural, como si volviese a ser joven. No sería capaz de matarles a todos, pero las criaturas sabrían que hoy se enfrentaban a un samurai Dragón.

 

 

6ª Parte – Heaven and Earth

 

            Nagumo se arrodilló en el altar, su cabeza apretada firmemente contra el frío suelo de piedra ante el altar que estaba consagrado a Kaze-no-kami. Había servido en este altar desde que se retiró. En estos años, había encontrado que la religión contestaba muchas preguntas que le habían corroído durante toda su vida. Preguntas, quizás, que no había reconocido excepto en las profundidades de su alma. Había querido algo más que la escasa existencia del deber y la violencia que habían dominado su vida antes de entrar al servicio de las Fortunas.

            Pero hoy Nagumo levantó su cabeza del suelo, sus ojos mojados por las lágrimas. El señor al que servía se había ido. No podía decir que comprendía a la Fortuna del Viento, ya que el poder de Kaze-no-kami no era algo que pudiese entender la mente de los mortales. Pero le había respetado y venerado, y por ello se había visto bendecido. Ahora eso había acabado. La constante y suave brisa que había pasado por el altar, incluso en los días más tranquilos, había desaparecido.

            Fu Leng había entrado en los Divinos Cielos, y los dioses estaban muriendo.

             

 

            Los cielos estaban llenos de la esencia de la muerte. El asqueroso olor estaba en el aire, ocultando las inmensas llanuras que había ante la puerta de Tengoku. Hasta ahora, la corrupción no se había extendido más allá de las puertas, sin adentrarse en el idílico reino que había más allá. El poder de Fu Leng no era tan grande como para poder ensuciar los Divinos Cielos por si mismo. A no ser que cruzase las puertas.

            Un enjambre de ryu destrozó a una jauría de Sanru no Oni y descendió hacia Fu Leng, su aliento de llamas girando a su alrededor en una brillante corona de pureza. Los sensibles espíritus vomitaron llamas al llegar junto a él, esperando quizás incinerarle ahí mismo. Fu Leng se rió cuando las llamas lamieron su túnica, solo chamuscándola un poco. Movió su mano y surgió una cascada de nocivo gas verde, envolviendo al enjambre. Sus brillantes llamas murieron instantáneamente, trgadas por la nube. Sus formas quedaron inertes y oscuras mientras el gas bañaba su carne.

            Un largo ryu giró en el aire. La luz de sus ojos brilló con la furia del sol, quizás significando su lealtad a las fuerzas del Cielo. Fu Leng extendió la mano con divina velocidad y agarró a la criatura donde flotaba en el aire, agitándola violentamente y rompiendo todo lo que tenía en su interior con un rápido movimiento. La luz en los ojos del ryu murió y se quedó tan inerte como un juguete roto.

            El dios oscuro rió por todo su poder.

  

 

7ª Parte – Winds of Change

 

            La Corte Imperial se había vuelto a reunir hacía solo poco tiempo, y solo tras mucho trabajo por parte de la familia Miya. Sus heraldos habían recorrido el Imperio, llevando invitaciones a los Campeones de los Clanes y a aquellos samuráis que estuviesen dispuestos a participar. Tras dos años de caos, sin ningún Emperador sentado en el trono y sin un líder claro, la corte sutilmente se había vuelto a reunir.

            Por primera vez en la historia de Rokugan, había un Emperador que no podía decir con total claridad que era el poseedor del título. Toturi Tsudao, la hija del anterior Emperador, se había declarado a si misma Emperatriz hacía unos meses, tras su victoria sobre el seños oscuro Daigotsu en las ruinas de Otosan Uchi. Pero su nombramiento no era firme. Sus tres hermanos no reconocían que ella era la Emperatriz, y muchos de los que les apoyaban, educadamente rehusaban hablar del tema. Cuando llegó la proclama de que todos los cuatro Vientos asistirían a la Corte Imperial, muchos sospecharon que esta Corte terminaría tan mal como la última, celebrada dos años atrás.

            Y entonces la Emperatriz Kaede, la Oráculo del Vacío, regresó al Imperio.

            Asahina Sekawa seguía estando asombrado unas semanas más tarde. Como Campeón de Jade, había visto poderes que muchos ni siquiera podían imaginarse, poderes de naturaleza pura y también corrupta. Pero nada le había preparado para el aura de poder sobrenatural que rodeaba a Kaede. Era como un habitante del cielo, que había descendido al reino de los mortales para demostrar la perfección que les faltaba a los seres mortales. La verdad, pensó Sekawa tras pensar en ello, eso era exactamente lo que ella era.

            Pero ahora Sekawa tenía cosas que hacer. Las aparentemente interminables filas de hombres de arcilla estaban ante él, inmóviles. Permanecerían así hasta que el pronunciase la orden; una palabra que él había adivinado en las semanas que habían transcurrido desde que un sorprendido campesino hubiese encontrado a los guerreros de arcilla y le hubiese llevado ante ellos. Respiró hondo, y pronunció la palabra.

            “Tsukune.”

            Hubo un ligero sonido de rechinar piedra contra piedra al recobrar la vida los mágicos seres, aunque no se movieron. Uno de los que estaba en primera fila giró imperceptiblemente su cabeza hacia Sekawa, con expresión inescrutable. “¿Cuál es nuestro deber?” Preguntó. El sonido era como el de piedras cayendo por un acantilado.

            “Los Cuatro Vientos… los hijos de nuestro Emperador… se preparan para dirigirse hacia las Tierras Sombrías. Habrá vastas legiones de seres malvados buscando destruirles, y no tenemos el jade suficiente como para equipar a un ejército para protegerles.”

            El guerrero no dudó. “Nosotros no necesitamos jade.”

            “Lo sé,” contestó Sekawa. “Iréis con ellos. Les protegeréis de las Tierras Sombrías.”

            “Fuimos creados para enfrentarnos a la oscuridad. Cumpliremos el propósito por el que fuimos creados.”

            Sekawa asintió. “Posiblemente todos seréis destruidos. Hay pocas posibilidades de sobrevivir.”

            “No estamos vivos. No podemos morir. Solo podemos regresar a donde vinimos.”

            Sekawa respiró hondo. “En eso, amigo mío, somos iguales.”