Todas las Cosas Tienen un Precio

 

por Lucas Twyman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El sol se levantó lentamente, su chamuscada luz pintando el acantilado de un brillante color rojo; calientes tonos bailaban por el cielo, igual que las rotas túnicas de los tres hombres que salían arrastrándose de la cueva. El shugenja miró al amanecer y se dio cuenta de que nunca pensó volver a verlo. Había pensado que la oscuridad había durado una eternidad – ¿era posible que hubiese transcurrido una sola noche? Tras él, el yojimbo tosió, y entonces su voz lentamente se elevó, un excitado grito que resonó por las ardientes montañas. La nieve sobre los picos de las montañas parpadeó, como una hoguera – habían escapado. El shugenja sostuvo la saya de su espada nueva en su mano derecha, y pudo sentir como la espada palpitaba, caliente, a través de la vaina.

En cualquier caso, su corazón le pesaba; la vista no hizo nada por elevar su espíritu, por muy bello que le pareciese la vasta extensión tras la oscura y hacinada noche. Tras él, escuchó como gemía el pobre chico, y al yojimbo susurrarle palabras reconfortantes. Por debajo de ellos había signos de la anterior batalla – trozos de armadura rotos, astas de madera, rasgados trozos de tela naranja y roja dando vueltas por el aire. El shugenja cayó de rodillas, finalmente dándose cuenta de lo que habían perdido.

Si se pudiesen ahogar las penas, entonces no habría suficiente agua en el mundo para ahogar la suya.

 

           

La garra del oni se agitó involuntariamente, haciendo un sonido de moler, el sonido de la piedra rayando el metal, mientras lentamente se abría. Isawa Takesi no pudo evitar mirarlo fijamente. De alguna manera, la garra inhumana conseguía ser más terrorífica que la cosa pálida y grande a la que estaba unida: Yasuki Nokatsu, el Oráculo Oscuro de la Tierra. El Oráculo Oscuro tenía un poder casi ilimitado sobre su elemento, pero el poder sobrenatural era fácilmente comprensible por los Isawa. Pero la pérdida de una mano, y el asqueroso estado incompleto que eso daba, era imposible que Takesi lo comprendiese, y el reemplazo de la mano era algo tan… horripilante – hacer algo así estaba más allá de toda comprensión. Y además, lo peor era que la garra parecía tener voluntad propia, estrepitosamente abriéndose y cerrándose sin esfuerzo alguno de Nokatsu o consideración de las propias acciones de Nokatsu.

“¡Idiotas!” Rugió Nokatsu, su voz chocando pro entre las montañas como una avalancha. “¿Cuántas intromisiones debo soportar? ¿Una? ¿Diez? ¿Mil?”

El Oráculo giró su garra en un lento arco, lanzando estrepitosamente una andanada de flechas al suelo. “¿Debería hacer un horario semanal? ¿Alternará entre vosotros y esos estúpidos tatuados del Clan Dragón?” Se detuvo un momento y señaló a su lado. “Derrúmbate.”

A unos pasos a la derecha de Takesi, el suelo se hundió bajo una pequeña unidad de arqueros Asako que le acompañaban, y estos cayeron rodando por la ladera. Sus gritos hicieron que el joven Tensai de fuego prestase atención, y empezó una susurrada oración. Podía sentir como los kami a su alrededor gritaban con miedo, un presagio nada bueno – los kami no pensaban como los humanos, por lo que para que ellos sintiesen algo aproximado a las emociones de los mortales significaba que al ser al que se enfrentaba era muy sobrenatural. Hizo varias rápidas oraciones, pero solo fueron suficientes para impedir que un solo y pequeño kami de fuego huyese de la oscura entidad que tenía ante él.

“Por favor,” susurró Takesi, pánico en su voz, “crece, por favor, pequeño. Ataca a ese demonio y prenderé mil velas en tu honor.”

La terrible sonrisa de Nokatsu era como una cicatriz hecha sobre la faz de la tierra. Su garra cogió al yojimbo de Takesi, cuyos gritos rápidamente fueron ahogados por un fuerte chasquido. Mientras hacía un último y doloroso gorgojeo, Nokatsu levantó al pobre hombre hasta la altura de sus ojos y vio como la vida se le iba. “Al menos los monjes consiguieron erradicar a mi pobre Toichi no Oni antes de que les matase. ¿Pero tú? Solo conseguirás una temprana muerte.”

Frotándose las manos, Takesi consiguió hacer un simple ruego. “Si no me ayudas ahora, pequeña llama, el demonio seguro que te apaga con piedras y nos tragará a ambos.”

Una llama explotó alrededor del Oráculo Oscuro, y Takesi se encontró momentáneamente cegado por la repentina luz y el humo que quedó. El joven sacerdote casi tuvo que reprimir una risa – el pequeño espíritu elemental era más fuerte de lo que había pensado. Cuando el humo se aclaró, no quedaba nada de Nokatsu.

“¡Mizuhiko!” Gritó Takesi, y se giró y miró a su izquierda, buscando por la ladera al Magistrado de Jade. En unos segundos encontró a su superior. Para la mayoría, la pequeña figura de Mizuhiko era difícil de ver entre las tropas Shiba, pero Takesi solo necesitaba buscar a los kami de agua que giraban rápidamente y que siempre estaban cerca del Tensai del agua. Sonrió ampliamente a Mizuhiko.

La sonrisa de Takesi rápidamente se borró cuando vio el horror en los ojos de Mizuhiko. Hubo un ruido sordo tras él, y se giró y vio a Nokatsu casi encima suyo. Nokatsu entrecerró los ojos para mirar un momento, incrédulo, al joven Fénix, y luego su boca mostró una sonrisa, una burla de una genuina emoción humana, sin alegría ni sentimiento.

“Avalancha.”

Un fuerte crujido resonó en el aire, y Takesi se encontró que perdía el equilibrio. Recibió un fuerte golpe en la cabeza, aunque no sabía si se lo había dado el Oráculo o las piedras que caían. Se tocó la parte de atrás de su cabeza, y el joven Tensai sintió pegajosa sangre en los dedos. El sonido de la tierra al temblar se hizo más fuerte, y lo último que sintió Takesi fue una extraña y caliente humedad antes de que todo se volviese negro.

 

           

El sello era algo sustancial entre las manos de Mizuhiko, denso y algo pesado. El pequeño mango estaba hecho con fragrante madera de cerezo, con jade incrustado en la base del sello, las piezas en relieve para que se pudiese usar para imprimir un símbolo sobre el papel. El símbolo era bastante elaborado: el kanji de Jade sobre el Crisantemo Imperial, y bajo ello el propio nombre de Mizuhiko. Aún no lo había usado, pero sencillamente el tenerlo era algo sorprendente; era un símbolo de cierto nivel de autoridad del que hasta entonces nunca se había considerado digno y un signo de la gran confianza ahora depositada en él.

“Me alegra que por fin hayan reconocido tu valía, Mizuhiko-san,” dijo sonriendo Asako Juro. El viejo monje estaba sentado cruzado de piernas en el centro de su jardín de piedra, frente a Mizuhiko. Le había dado el sello a Mizuhiko, empujándolo hacia delante con cautela, como si fuese una inestimable obra de arte. Mizuhiko siempre sentía una profunda sensación de tranquilidad cuando iba a ver a Juro a su hogar; la casa familiar del viejo estaba relativamente cerca del Palacio de la Mañana Gloriosa, justo lo suficientemente dentro del cercano bosque como para parecer aislada. El jardín siempre estaba lleno de los sonidos de la naturaleza – rojas ardillas parloteando en los árboles, el sonido del agua de un cercano arroyo mientras caía por una cascada, y las habituales llamadas de los pájaros, incluyendo el periódico chillido de los halcones salvajes mientras viajaban sobre el bosque para llegar a los cercanos campos en busca de presas. Una vez, Mizuhiko le preguntó a Juro como conseguía estar centrado meditando, con tanta actividad cambiante a su alrededor, y Juro simplemente le contestó que la actividad nunca cambiaba. “La naturaleza,” explicó pacientemente el viejo monje, “es una constante. Solo cambian los elementos individuales. Al meditar, se debe buscar apartar el ser del todo, no quitar las distracciones individuales.”

Pero hoy, incluso Juro parecía impaciente y distraído. Ladeó un poco su cabeza y miró más allá de Mizuhiko, preguntando, “¿Debes practicar eso ahora, Takesi?” Mizuhiko se había preguntado que estaba haciendo el joven Tensai de fuego en la arena detrás suyo para hacer tanto ruido, y obtuvo su respuesta cuando se volvió y vio al joven volver a envainar su espada.

“Hay un lugar y un momento para practicar iai, Takesi-san,” dijo Mizuhiko, “y ahora mismo no lo es.”

“Si. Mis disculpas, mis señores,” dijo Takesi. Se inclinó profundamente, sus brazos rectos a su lado, y su delgada cara parecía incluso más larga que habitualmente, con los labios apretados fuertemente, avergonzado.

“Siéntate, Takesi,” dijo Juro, señalando con el brazo a un vacío lugar en la arena. “No hay necesidad de honrarme con ese título mientras estemos trabajando juntos. Veo que Kyoko no está contigo.”

Takesi asintió, evitando fruncir el ceño. “No, mi… mi amigo. Ella está viajando a tierras Dragón con el Señor Sawao. Después de que descubriésemos el diario de Isawa Tsume durante nuestras búsqueda del Pacto Oscuro del Agua, nos informaron que los Dragón habían sido atacados por fuerzas aparentemente controladas por el Oráculo Oscuro del Fuego. Sawao espera que su pericia con los kami de fuego y nuestra investigación sobre los Oráculos puedan ayudar a desbaratar el plan del Oráculo Oscuro.” Takesi miró al suelo. “También dijo… que sería mejor si Kyoko y yo no trabajásemos juntos, para evitar cualquier posible situación desagradable.”

Juro levantó una ceja, pero no dijo nada. En vez de eso, Mizuhiko levantó la vista de su meditación. “Inteligente. Con suerte, podrán determinar la localización del Oráculo Oscuro, o al menos la de su Pacto. Hasta entonces, hay muchas cosas que nos mantendrán ocupados, ¿verdad, Juro-sama?”

Juro se giró y sacó un pergamino de la bolsa que tenía tras él. “Desde luego, Mizuhiko-san. Hay un reciente informe que requiere una investigación inmediata. Hace poco, una delegación Unicornio liderada por Moto Akikazu viajó hasta nuestras tierras para ayudar a construir un templo dedicado a los nuevos Señores de la Muerte-”

“¿Por qué les permitimos construir ese templo?” Interrumpió Mizuhiko, “¿No son los Señores de la Muerte un tipo de antiguos dioses foráneos?”

Juro asintió, y se frotó su calva testuz con la punta de sus dedos. “Si, pero recuerda, Mizuhiko, que nosotros veneramos a las Siete Fortunas, los antiguos y a su vez foráneos dioses de la Tribu de Isawa. ¿Es eso tan diferente?”

Mizuhiko se inclinó hacia delante, su mano derecha contra la arena. “La Tribu de Isawa, mi señor, fue una de las primeras que se unió al Imperio, y las Fortunas son tanto los cimientos de vuestra familia como los de la mía. Las Fortunas son sagradas por decreto Imperial, una parte esencial del Orden Celestial.”

El viejo monje sonrió ampliamente. “Desde luego, y ahora los Señores de la Muerte son Fortunas menores, y como tales, al menos son dignas de estudio, si no veneración. Hay más altares a fortunas en tierras Fénix que en las de cualquier otro clan. Sería una pena, o incluso una violación de nuestras obligaciones, si las ignorásemos.”

“Juro-sama, por favor,” dijo Takesi, rascándose la cabeza, “podemos debatir teología en otro momento. Para nuestra misión, ¿cuál es el significado de la delegación Unicornio?”

Juro volvió a mirar el pergamino y frunció el ceño. “Son de un grave significado, si lo que dicen es cierto. Cuando se dirigían a nuestras tierras, se encontraron con un viajero solitario, maltrecho y sangrando. Les dijo que era el único superviviente de un grupo de monjes Togashi que estaban patrullando las montañas. Desde la erupción de la Caldera de Agasha hace varias décadas, los Dragón han vigilado las actividades en las regiones que se sabía que albergaban volcanes potencialmente activos. El Togashi dijo que sus hermanos estaban investigando una alteración en las actividades habituales de la Montaña del Trueno Durmiente, cerca de nuestras tierras, cuando fueron atacados por el Oráculo Oscuro de la Tierra.”

“¿Yasuki Nokatsu?” Preguntó Takesi, sus ojos muy abiertos de asombro, “¿Cómo podía estar tan cerca de nuestras tierras? ¿Para qué querría un volcán?”

“No se sabe,” contestó con gravedad Juro, “pero al última vez que a un Oráculo se le relacionó con un volcán durmiente, causó miles de muertes y empezó una guerra entre el Dragón y nosotros. Mizuhiko, Takesi y tú deberíais reunir una fuerza para investigar el área alrededor de la montaña, y luego informarme de lo que encontréis. Contactaré con algunos viejos amigos míos para ver si tienen alguna idea de donde está el Pacto Oscuro de la Tierra.”

“Podemos hacer más que eso, Juro-sama.” Mizuhiko se puso rápidamente en pie y puso su mano sobre su daisho. “Con mi autoridad, puedo reunir tropas para enfrentarnos al Oráculo antes de que esté preparado.”

Una voz gritó desde el borde del jardín, firme y clara, la risa bailando a su alrededor. Los dos shugenja se volvieron hacia donde provenía, y Mizuhiko abrió de par en par los ojos.

“Mizuhiko, me gusta ver que no has cambiado,” dijo una joven mientras entraba en el jardín. Era delgada y estaba pálida, con mejillas sonrosadas y una ancha frente. La seguía un hombre taciturno con rasgos oscuros y túnica blasonada con el anagrama Shiba. Ella sonrió a Mizuhiko. “Siempre quieres actuar antes de que tus enemigos tengan una oportunidad, ¿verdad?”

Juro asintió a la mujer, “Takesi, Mizuhiko, esta es Isawa…”

“Oharu,” interrumpió Mizuhiko. “Casi ha pasado un año.”

Takesi se encogió de hombros. “¿Entonces, os conocéis?”

Isawa Oharu se inclinó profundamente ante el viejo monje, y luego se sentó junto a los dos shugenja. “Si. Mizuhiko sirvió bajo la Dama Tsukimi, con mi yojimbo Shiba Sakishi y yo, durante la Guerra del Fuego y el Trueno. Me salvó varias veces la vida.”

Mizuhiko asintió, y sonrió. “Y Oharu salvó todas las nuestras.”

 

           

La marea estaba alta, pero los sonidos de las olas se veían ahogados por las oleadas de la batalla – línea chocando contra línea, shugenja haciendo que lloviese fuego y trueno sobre los barcos que esperaban reaprovisionar a los dos ejércitos. Aquí y allí, las olas tenían las puntas teñidas de rojo, al caer al mar samuráis honorables, agarrándose sus heridas. Monstruosas criaturas marinas chocaban con hombres que blandían el crudo poder de los propios elementos.

En medio de todo el caos, Isawa Oharu bailaba.

Shiba Sakishi, el nuevo yojimbo de Oharu, vio a sus hermanos disponer sus naginatas y prepararse para la carga Mantis. Shiba Tsukimi, una taisa en el ejército Shiba, estaba cerca de las primeras líneas, gritando órdenes o ánimo a sus hombres. Había esa valentía en ella – si él estuviese en primera línea, pensó Sakishi, con gusto la seguiría a la gloria o a la muerte. Tormentas rugían sobre el océano, y Sakishi pudo ver a un monstruoso Orochi ser lanzado contra un barco por los vientos generados por los Iniciados del Huracán Isawa. A mil pasos a su izquierda, una unidad de tropas Shiba caía dolorosamente bajo una granizada de oscuras flechas.

La larga túnica de Oharu ondeaba al viento mientras ella grácilmente esquivaba y se giraba. Sus manos se movían delicadamente, haciendo que las mangas se enrollasen alrededor de sus brazos. Dio unos deliberados pasos, se inclinó hacia atrás, se inclinó hacia delante, como una flor al viento. Era bonito verlo. Sakishi estaba enfurecido. Antes de que Sakishi pudiese acabar con su alocada carrera, un hombre pequeño con extraños y oscuros ojos se interpuso entre Sakishi y Oharu. Sakishi le miró – otro Isawa. Creía reconocer al hombre; desde luego conocía al guardián del hombre – Shiba Ikku había entrenado con Sakishi en el Dojo del Fénix Eterno.

“¿Pasa algo, yojimbo-san?” Gritó el shugenja por encima del estruendo de la batalla.

Sakishi miró de arriba abajo al hombre, en silencio. Vio el símbolo elemental del agua blasonado en el kimono del hombre, y recordó su nombre – Isawa Mizuhiko, un joven shugenja de agua de bastante habilidad. Sakishi asintió al shugenja y señaló a la que estaba a su cargo, gritando, “¿Exactamente qué es lo que está haciendo mientras nuestros hombres luchan y mueren?”

Mizuhiko miró a la joven, y luego se volvió hacia Sakishi y se encogió de hombros. “Está bailando, yojimbo-san.”

El labio de Sakishi se rizó. “¡Entonces debería detenerse!” Ladró, “¡Esto es la guerra! ¡No hay tiempo para excentricidades o estupideces!”

Sakishi se puso nervioso cuando los ojos de Mizuhiko parecieron brillar brevemente. El Isawa se inclinó hacia Sakishi y dijo, “¿No has pasado mucho tiempo con Oharu, verdad?”

Sakishi agitó su cabeza. Mizuhiko entrecerró los ojos y preguntó “Has pasado muchas horas entrenando con shugenja, ¿verdad?” Sakishi asintió, y Mizuhiko continuó, “Entonces sabes que la mayoría somos como los Maestros Elementales, capaces de obligar a los elementos a que hagan nuestra voluntad. Oharu no tiene tanta habilidad como la mayoría de nosotros, pero en cualquier caso también hace ofrendas. A los kami del aire les gusta el baile de Oharu. Si Oharu deja de bailar, entonces las flechas de los Tsuruchi caerán sobre nuestra unidad como la lluvia, y los rayos y fuegos de los Jinetes de la Tormenta al borde del campo de batalla nos arrasarán como un fuego arrasa un matorral.”

Sakishi ladeó un poco su cabeza. Tras Mizuhiko, Oharu no había dejado de bailar, pero sus ojos se cruzaron durante un instante con los de Sakishi, y este inclinó su cabeza.

“Somos el Fénix, Shiba-san.” Dijo Mizuhiko, levantando un puño al aire. Un trueno resonó, y la lluvia empezó a caer alrededor de la unidad, girando hacia Mizuhiko antes de caer al suelo. El tensai de agua sonrió. “Incluso nuestros más sencillos actos tienen poder más allá de la comprensión normal. Nunca lo olvides.”

 

           

Mizuhiko agitó suavemente al chico. “Despierta, Takesi. Levántate.”

Con un gemido, Takesi lentamente abrió los ojos. “Estarás bien, los kami y yo nos hemos ocupado de eso,” dijo Mizuhiko de modo tranquilizador, “Nokatsu se ha ido a otro sitio. Le hemos seguido hasta su guarida.”

Takesi se sentó, el pánico en sus ojos mientras miraba hacia las profundidades de la cueva. “¿Estás loco? ¡Pensaba que esa criatura ya nos había destruido!”

Mizuhiko frunció el ceño. “Levántate y límpiate el polvo. Ya he enviado a mi yojimbo al puesto avanzado más cercano. Enviará un informe a Juro y le dirá lo que aquí ha pasado. Debería llegar allí en un par de horas, pero está claro que Nokatsu trama algo, y si nos vamos, nos enteraremos tarde de que es lo que planea.”

El tensai de fuego parpadeó. “¿Por lo qué tú y yo nos vamos a enfrentar solos a Nokatsu? ¿Dos shugenja contra el Oráculo Oscuro de la Tierra?”

“Tres shugenja,” dijo la voz de una mujer desde la entrada a la cueva. Había dos figuras de pie, sus rasgos oscurecidos por el sol que se ponía tras ellos.

“Y sois todos Isawa, los mayores shugenja del imperio. Yo diría que el Oráculo está condenado,” dijo secamente su yojimbo. Giró la cabeza hacia Takesi cuando este pasó a su lado. “Prepárate, Isawa. Tu eres el caza Oráculo. Necesitaremos de tus conocimientos.”

Las cuevas serpenteaban de forma poco natural, pero el camino correcto era fácil de seguir: siempre hacia abajo, siempre hacia el ruido sordo; si la boca del estómago de Mizuhiko sentía como si se estuviese acercando a su muerte, si sus sentidos le gritaban para que saliese corriendo, iba en la dirección correcta. Finalmente, cuando el sordo ruido se hizo ensordecedor, el pequeño grupo vio un horrible brillo verde alrededor de una curva. Shiba Sakishi desenvainó su espada y empezó a ir lentamente hacia delante, pero Takesi adelantó al yojimbo y le hizo un gesto para que se detuviese.

“Tengo un plan,” susurró el joven shugenja. “Seguidme.”

 

           

La cámara estaba horadada en la roca con una precisión sobrenatural, con un alto y abombado techo y extraños y blasfemos signos esculpidos en la pared y pintados con la sangre de sus camaradas caídos. Cada signo relucía levemente e iluminaba la cámara lo suficiente como para que los cuatro Fénix pudiesen ver. Bajo cada uno de los símbolos había montones de cadáveres, tanto bushi Fénix como monjes Togashi. Mizuhiko apenas pudo evitar dar una arcada al ver a los cadáveres – su piel pálida, reseca, y de color cera – yacer de cualquier forma en el suelo, pero su bilis fue rápidamente reemplazada por una tremenda ira. El Oráculo pagaría por profanar los cuerpos de estos honorables hombres.

Al fondo de la cueva, Nokatsu estaba sobre un pequeño altar, dándole la espalda a la entrada. Su garra se abría y cerraba mientras pasaba su mano por una ornamentada katana que estaba en el altar. Era difícil de ver claramente desde el otro lado de la cámara, pero Mizuhiko pudo ver un pequeño rubí con forma de lágrima en la empuñadura de la espada, y claramente podía sentir el poder de la hoja. Cuando Takesi entró en la cámara, los caídos cadáveres se levantaron del suelo y aullaron, y luego volvieron a caer al suelo cuando Nokatsu se volvió hacia el joven Isawa.

Takesi tembló visiblemente al escuchar la voz de Nokatsu, aunque Mizuhiko no estaba seguro si era por miedo o porque la propia cámara estaba sacudiéndose. “Pensaba que te había matado, pero no importa. Eres más estúpido de lo que creía por volver aquí.”

Armándose de valor, el joven Isawa se adelantó. “Oráculo, hago una pregunta porque es mi derecho: ¿para qué has viajado a la Montaña del Trueno Durmiente?”

Nokatsu se frotó los costados de su nariz con su pulgar y su índice. “Por el apestoso aliento del Último Hantei, odio los códigos de conducta de los Oráculos.” Nokatsu giró un poco el cuello, crujiéndolo, y el sonido resonó por la cámara. Si Mizuhiko no hubiese sabido la verdad, hubiera jurado que el eco era el de otra avalancha. Los ojos de Nokatsu empezaron a brillar de un color morado-negro, y pareció crecer en influencia y tamaño. Mirando con asco al joven shugenja de fuego, el Oráculo Oscuro de la Tierra habló en un grave y monocorde tono, “La respuesta a tu pregunta es simple, mortal. Los Cielos ahora están juzgando a la humanidad, y casi seguro que encontrarán defectos. Con la ayuda de la espada de Yajinden y los furiosos espíritus de Memui Kamiari Yama, inspiraré a la tierra para que haga lo mismo.” Los ojos de Sakishi se encontraron con los de Takesi y el yojimbo asintió. “¡Oráculo!” Gritó el Shiba, y Nokatsu se giró rápidamente, con un gruñido. “¿Qué quieres decir con la espada de Yajinden?”

Los ojos del Oráculo Oscuro de la Tierra volvieron a brillar. “Una de cuatro, una de cuatro creadas para maldecir a un imperio. Su hermana llevó a un héroe al mar; su hermano se alimentó de la sed de mil León. Su hermana más joven probó la sangre de tres emperadores y casi hizo caer a un Imperio. La han entrado celos de Ambición, la espada que escribió la historia de todo Rokugan durante un década. Su pasión es vengarse del Imperio que la ha olvidado. ¡Os llama a todos al Juicio!”

Nokatsu dio un paso hacia atrás, aparentemente reduciéndose a su forma habitual – pero aún inhumanamente grande – mientras disminuían las corruptas energías de su puesto. Sonrió monstruosamente. “Pero primero, mataré a cada uno de vosotros y os colgaré del techo de esta cueva, para poder sentir vuestra sangre goteando sobre mi. ¡Una caliente lluvia de primavera, mientras continúo con mi trabajo!”

Mizuhiko atacó y fue el primero en llegar al inmenso y antiguo Cangrejo; golpeó en un amplio arco a la monstruosa criatura con un bo formado por pura agua elemental. El Oráculo Oscuro detuvo su ataque con un casual movimiento hacia arriba de su garra, dispersando la vara y haciendo que los kami gritasen en la mente de Mizuhiko. El Fénix apenas tuvo tiempo para dar un salto, apartándose, cuando la garra del oni giró hacia abajo, golpeando en suelo donde un momento antes él había estado y haciendo que volasen trozos de piedra. Mizuhiko rápidamente desenvainó su wakizashi, pero el Oráculo ya estaba preparado y agarró la espada con la garra del oni. De un diestro movimiento, la hoja se rompió y la parte superior cayó al suelo. Nokatsu se rió. “Sin oración, sin esperanza, y ahora sin honor. ¡No mereces que pierda el tiempo contigo!”

A la derecha del Oráculo Oscuro, Takesi terminó su oración y una giratoria katana de llamas surgió de su mano, pero el Oráculo simplemente señaló al joven tensai de fuego y pronunció una sola palabra – “¡Apágate!” – y un geiser de tierra y rocas explotó del suelo y tiró al chico al suelo. Nokatsu luego prestó atención a Oharu y a Sakishi, que aún estaban de pie cerca de la entrada a la cueva. Fue lentamente hacia ellos, el suelo temblando mientras el caminaba, cada paso un terremoto.

Nokatsu miró lascivamente a Oharu. “Pensaba que te había dicho que corrieses cuando nos encontramos en la ladera de la montaña, mi bonita y pequeña flor. ¿Qué harás ahora? ¿Intentarás bailar otra vez contra mi? Disfrutaré matándote más que a todos los demás juntos.”

Con un suave y practicado movimiento, Shiba Sakishi se interpuso entre el Oráculo Oscuro y su protegida, empuñando la katana con su mano derecha. Sin apartar la vista de su oponente, Sakishi levantó su mano izquierda para empujar a Oharu hacia atrás. “No te acercarás a ella, demonio,” gruñó, “¡Antes tendrás que ocuparte de mi!”

Nokatsu se rió secamente. “Eso es bastante fácil.” Gritando, Sakishi le atacó, pero chispas saltaron cuando la katana del samurai rozó la sobrenaturalmente dura piel del oráculo. Nokatsu puso una mueca de asco y golpeó a Sakishi con su garra, dando claramente al Shiba en su espalda. El yojimbo fue lanzado al aire por el golpe y chocó contra la lejana pared de la cueva, su grito de dolor se calló debido al impacto. Soltó un suave quejido mientras su espada caía al suelo.

Dando unos cuantos pasos más, Nokatsu se inclinó, su inmensa figura empequeñeciendo a la pequeña shugenja que tenía ante él. Su cara estaba a centímetros de la de Oharu, y su garra levantada, rechinando con anticipación. Ella miró al suelo, y su boca se movió con una última oración, pero no se escuchó palabra alguna.

“¡IDIOTAS!” Rugió Nokatsu a la cara de la mujer. “¡Soy un aspecto del propio Jigoku! ¡Los propios elementos me temen! ¡No hay nada que podáis hacer! ¡Al retarme solo os habéis regalado mil años de tortura en el reino de los demonios, atormentados por el tierno abrazo de diez millones de kansen!”

Oharu levantó lentamente la mirada al oráculo oscuro, sus ojos mojados pero firmes, su mentón firme. “Primero responderás a mi pregunta, Nokatsu, y es una pregunta sencilla. ¿Necesitan respirar los Oráculos?”

El Oráculo Oscuro dio dos pasos hacia atrás, los ojos muy abiertos. Se escuchó el fuerte sonido de una ráfaga de aire, y Mizuhiko pudo sentir a los kami del Aire huir de los pulmones de Nokatsu. Nokatsu se agarró asombrado su garganta con la mano que aún era humana y trastabilló hacia atrás. Oharu se quedó inmóvil, con su mano izquierda de lado frente a su cara, dos dedos extendidos, y su brazo derecho extendido, la abierta palma de su mano mirando al oráculo.

Tras Mizuhiko, Takesi susurró, “¡Por supuesto! Nokatsu nunca fue un shugenja, y no tiene una afinidad con los espíritus, sean kansen o kami – ¡necesita hablar para mandar sobre la tierra!”

Antes de que Takesi pudiese siquiera acabar su frase, Mizuhiko había llamado a los pocos kami de agua que quedaban a su alrededor y corría hacia delante a una velocidad tremenda, sus músculos aumentados por los kami. Nokatsu intentó en vano respirar y cayó hacia delante, pero Mizuhiko dio un rápido salto, dando una voltereta bajo la garra de oni del Oráculo Oscuro, que se movía frenéticamente. Mizuhiko alargó la mano, buscando su rota espada, o la katana de Sakishi, algo que pudiese usar para intentar dañar al Oráculo, y su mano se cerró alrededor de una empuñadura de tela que le resultaba familiar.

El tensai de agua sintió una caliente pulsación viajar por su brazo, una sobrenatural ráfaga de fuerza que revitalizó sus cansados y doloridos músculos. Un helado temor se adueñó de su corazón, y una voz resonó en su mente:

“Dame de beber.”

Una justificada furia inundó a Mizuhiko mientras se ponía en pie y se volvía hacia el Oráculo. “Solo esta vez,” susurró a la espada.

El Oráculo Oscuro se giró hacia Mizuhiko, con la boca abierta, sus ojos saltones y enrojecidos. Las venas de su cuello palpitaban mientras caminaba lentamente hacia delante. Mizuhiko corrió hacia él, el Agua elemental dándole una velocidad imposible, y se lanzó hacia la extendida garra del Oráculo. Hubo un chorro de negra sangre y el inconfundible sonido del acero raspando la piedra, y el Oráculo sostuvo un ensangrentado muñón. La garra de Yakamo se estremeció involuntariamente y rodó hacia las sombras de la cámara. El Oráculo rugió, el aire finalmente volviendo a llenar sus pulmones, pero fue demasiado lento – se escuchó la canción del acero cruzando el aire; la canción del metal contra la roca; y el Oráculo Oscuro se deslizó hasta el suelo, la negra sangre de la tierra mezclándose con el barro y el polvo del suelo de la cueva. El mundo volvió a ralentizarse, y solo Isawa Oharu permanecía a la vista de Mizuhiko. Ella estaba con una mano cubriéndole la boca y la otra a su costado. Unas pocas gotas de la sangre de Nokatsu manchaban su kimono, y al acercarse Mizuhiko, se evaporaron, mientras la katana que él sostenía brillaba con un suave color rojo.

Los ojos de Oharu estaban llenos de temor. “Oh, Mizuhiko… lo siento. Lo siento tanto,” susurró.

Mizuhiko dejó que la espada de sangre cayese de sus manos y fue trastabillándose, dolorosamente, hacia Oharu. “Tu… tu no bailaste. ¿Cómo le hiciste eso?”

Oharu sonrió débilmente. El sudor corría por su cara; el color había desaparecido de sus mejillas. “Ofrecí…” dijo, respirando entrecortadamente, “Ofrecí otra cosa a los kami.”

Los ojos de Mizuhiko se abrieron de par en par – ella no podía haberlo hecho. Un grito de “¡No!” se escapó de sus labios mientras Oharu caía lánguidamente al suelo. Aún fortalecido por los kami del agua, estaba de rodillas a su lado casi antes de que ella se golpease contra el suelo. Mizuhiko sujetó su cabeza con sus manos. “¿Por qué?”

Oharu miraba inexpresivamente al techo. Su voz apenas era más que un susurro. “Sé que en absoluto son humanos, no siempre nos entienden… pero cuando era pequeña, siempre les llamaba mis hermanas.” Sonrió débilmente a Mizuhiko. “Nunca tuve otras hermanas. Ahora siempre bailaré con ellas…”

Los ojos de Oharu se volvieron distantes. Mizuhiko se mordió su labio inferior, luchando contra las emociones que amenazaban bañarle. Sintió a Sakishi acercársele por detrás y levantó la vista hacia el yojimbo. La cara de Sakishi era una máscara vacía, tensa para evitar reflejar emociones. Miró a Mizuhiko, luego a Oharu, y luego otra vez a Mizuhiko.

“Al final de nuestros días, todos ardemos en los fuegos de este mundo,” dijo Sakishi, su voz un forzado tono monocorde.

Mizuhiko asintió y terminó la frase, “Pero en esos fuegos, el Fénix renace.”

 

           

Los tres viajeros caminaron lentamente por la ladera de la montaña. Desde allí arriba podía ver una fuerza que se dirigía hacia la base de la montaña, liderada por un grupo de jinetes vestidos con un oscuro violeta que hacía resaltar el naranja y rojo del amanecer. Tras él, el yojimbo, Sakishi, susurró al chico, “¡Mira, Takesi! ¡Mira el estandarte!”

Un pequeño ejército se dirigía hacia la Montaña del Trueno Durmiente, sus fuerzas variadas, pero su propósito común. Los símbolos de los Moto e Iuchi ondeaban al viento, flanqueando una legión de hombres vestidos de rojo y verde que llevaban un inmenso estandarte blasonado con las palabras “Desafía la Definición.” Mizuhiko reconoció inmediatamente a un pequeño grupo de shugenja que era la Legión Tsunami, y sus estandartes personales mostraban el anagrama personal del Maestro del Agua. Bajo los tres hombres, la montaña retumbó durante un momento, pero volvió tranquilamente a dormir. “Les hemos salvado,” susurró el yojimbo, “Si no hubiese sido por nosotros, el Oráculo les hubiese tendido una emboscada.”

Mizuhiko se sintió solo, mantenido a flote por la oscuridad de la noche que se iba. Sus lágrimas, ahora secas, habían creado surcos en su cara.

“Dame algo de beber,” susurró la espada que tenía en la mano.

No había suficiente agua en el mundo.