Trauma Doméstico

por Patrick Kapera

Traducción de Peter Banshee

 

Sábado, 22 de Diciembre, 2001
0007 horas GMT (06:07 de la madrugada, hora local)
Apple Creek, Colorado

“…y todos los ojos están puestos hoy sobre el Presidente Douglas Westcott, mientras el Subcomité de Vigilancia del Congreso para el Pueblo contra la Administración Westcott publica la primera parte de lo que ha encontrado sobre la famosa Confesión Mouthwash. Se espera que el Presidente Westcott se dirija a la nación esta noche en una retransmisión en directo desde la Casa Blanca, respondiendo a las alegaciones hechas por su propio gabinete de inteligencia diciendo que él prevaricó para mantener críticas informaciones sobre terroristas lejos de las manos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Administración para la Seguridad Nacional (NSA), y el Consejo para la Seguridad nacional (NSC), entre otros.”

 

“Mierda.” El antiguo Investigador en Jefe de las Naciones Unidas, Stephen Century se recostó en su sillón, el asombro dejándole sin aliento. Su visión se nubló y dejó de mirar a la joven locutora que le gustaba ver por las mañanas. ¿Corie Hall? ¿Hague? ¿Halloway? No importaba...

“¿Cariño?” Dijo una agradable voz desde la cocina. “¿Qué pasa?”

 

“La llamada “Casa Blanca de Cartas” continúa derrumbándose bajo la evidencia que el Presidente Westcott intentó bloquear el acuerdo del Congreso para que los Estados Unidos apoyasen la Doctrina Un Mundo, haciendo campaña para socavar la respuesta de los Estados Unidos a las amenazas globales a la democracia.”

 

La televisión siguió hablando, y Stephen apenas escuchó las palabras. Todo el tiempo seguía recordando la conversación que había tenido con el Presidente Westcott, cuando el Presidente aún era el Gobernador de Colorado – una conversación sobre la confianza, y las mentiras, en quién confiar, y cuando mentir...

Rita Century salió de la cocina, limpiándose el jabón que tenía en las manos.

 

“Al frente de las iniciativas anti-Westcott está el líder de la Mayoría, Thomas Ames...”

 

La pantalla mostró una entrevista con Thomas Ames, un sólido Republicano – y de quién siempre Stephen había pensado en secreto que era medio-comadreja. Ames estaba hoy en plena forma, sacándole todo el partido posible a sus treinta segundos.

 

“Estas tácticas violentas no son nuevas. El Presidente Westcott lleva amedrentando y engañando a sus oponentes desde que estuvo en el Gobierno Civil, pero el pueblo Americano nunca lo había visto – no hasta que estos hackers sacaron esta información junto al resto de nuestra ropa sucia. Francamente, todos estaríamos mucho mejor con el Vicepresidente Winter al mando. Al menos él sabría como tratar esta crisis de información – y a los terroristas que están detrás de ella.”

 

“Dios mío,” murmuró Rita. Le cogió el café a Stephen y lo colocó sobre la mesa de la salita. No fue hasta que dejó de tener peso sobre las manos, que no se dio cuenta que había estado sosteniendo la taza.

“Le van a echar,” dijo él.

 

“Los efectos de la Confesión Mouthwash continúan por todo el globo, en todos los sectores de la industria y los gobiernos. Se espera que la semana próxima, la Administración Nacional de Seguridad en las Autopistas y el Departamento de Justicia presenten cargos contra Equinox Motors, sobre la deficiente electrónica instalada en la nueva línea de coches deportivos Saggitarius de esa compañía. La deficiente construcción del vehículo es la supuesta responsable de las muertes de más de 50 personas en todo el mundo en los últimos seis meses, incluyendo a un doble de rodaje de la querida cantante Catherine Wilde, quien conduce ese coche en su última película, Wildcat Thunder.”

 

“Se supone que este importante caso, que se apoya en cintas de video auténticas, parte de la Confesión Mouthwash, generará billones de dólares en juicios civiles y pondrá en peligro al menos a un 15% de los negocios del antes creciente pero ahora parado comercio América-Asia.”

 

Rita apagó la televisión y rodeó con sus brazos el cuello de su esposo, apoyando su frente contra la de él. Cuando él trabajaba en las Naciones Unidas, este era un típico abrazo entre ellos – una forma de silenciosamente poner en perspectiva el presente, diciéndose el uno al otro que todo acabaría bien.

Un rato más tarde, la rutina de la mañana continuó, con el joven Aaron, el hijo de 5 años de la pareja, bajando por las escaleras desde su habitación. Rita reprimió como pudo una carcajada y salió un sonriente resoplido. “Parece que está despierto el General.”

“Aaron también,” dijo Stephen, devolviéndola la sonrisa.

“Mejor será que acabe el desayuno.”

“Si.”

“No pasará nada. Doug es un luchador.”

“Si.”

Aaron pasó andando medio dormido junto a su madre, hacia la puerta principal. Por mucho que lo intentaban sus padres, no podían quitar ese gracioso bamboleo que tenían los niños antes de aprender a doblar las rodillas. Stephen siempre decía que parecía un actor de carnaval y se preguntaba si deberían venderle a un circo. Rita le miraba con asco cada vez que lo sugería, pero se reía por dentro. Compartía el extraño humor de su esposo.

“¿Dónde vas, General?” Rita le dijo a Aaron. La mayoría de las veces, Aaron no respondía a su propio nombre. Lo escuchaba, claro, pero era un niño extraño y no tenía amigos cerca de su alejado hogar, por lo que solía vivir en su propio mundo imaginario. Estos días, su mundo imaginario giraba alrededor de su juguete favorito, un raído G.I. Joe de los años 50 – uno de los originales de mayor tamaño, de los de antes de que sus dibujos animados llegasen a la televisión. Aaron estaba horas construyendo campos de batalla con maderas y cajas que tenía su padre en el patio, creando guerras imaginarias contra enemigos que solo él podía ver. En eso, pensaba Rita, era muy parecido a su padre.

“El General dice que los pájaros se están comportando de forma extraña,” contestó Aaron. “Todos se van volando.”

Stephen escuchó el ahogado ruido un momento antes de que Aaron abriese la puerta principal. Un fuerte viento entró por la puerta, levantando papeles en la habitación y confirmando el sorprendente supuesto de Stephen sobre el origen del ruido. Un helicóptero estaba aterrizando fuera.

“Stephen...” Rita miró a su esposo, quien se levantó y salió afuera, al helado porche. Empujó levemente a Aaron hacia la casa, hacia los brazos de su madre, y se puso un par de botas que estaban junto a la puerta.

Stephen...

El helicóptero tenía la bandera USA delante y debajo del amplio rotor. Grácilmente aterrizó en una loma cubierta de hierba y sin nieve a unos cuarenta metros de la casa, y su amplia puerta lateral se abrió, haciendo caer una minúscula escalinata. Dos Agentes Secretos salieron, agachados, y flanquearon a una mujer que vestía un ancho traje de chaqueta con falda – Madeline Sax, Directora de Comunicaciones Adjunta del Presidente.

“¿Stephen?”

“No pasa nada. Deja que no invite al comité de bienvenida del Presidente.” Stephen se apretó su bata y anduvo por la nieve, encontrándose con Madeline a mitad de camino.

Madeline empezó a hablar, pero Stephen levantó la mano y habló con determinación, en la misma forma en que habló al padre de Rita antes de casarse. Eso era una parte de él con la que Rita no estaba muy de acuerdo. En parte admiraba su pasión, su fuerza para enfrentarse de frente a cada reto. No había ganado todas las batallas, pero nunca fue por no intentarlo. Sabía que eso siempre formaría parte de él, distrayéndole, consumiéndole. Sabía que ella era para él más importante que su trabajo, pero él ya la había ganado – en el trabajo siempre había nuevos retos, nuevas formas de evitar perder. Era parte de la razón por la que se habían ido de Washington cuando Aaron nació. Aquí, lejos de los grandes asuntos y batallas, se podía concentrar en su familia. Aquí, la mayor batalla era mantener la entrada limpia de nieve.

Madeline estaba hablando otra vez, por encima de la voz de Stephen. Lo peor era que Stephen dejó de hablar y escuchó. Escuchó durante más de un minuto, y luego miró al suelo, perdido entre sus pensamientos. Para cuando se dirigió a la casa, su expresión había cambiado. Habían vuelto sus viejas arrugas, y su cara mostraba mayor concentración, mucho menos relajada de lo que lo había estado los últimos meses.

“Aaron, cariño, vete a tu cuarto,” dijo Rita, empujando al niño hacia la casa.

“¡Pero Mamaaaaa!”

Ahora, cariño. Subiré dentro de muy poco a prepararte el desayuno.”

“¿He hecho algo mal?”

“No, por supuesto que no. Papa y yo tenemos que hablar, eso es todo.”

Aaron subió corriendo por las escaleras y Rita se volvió para mirar a su marido, que se estaba acercando. “No vas a volver.” Su cara no mostró condescendencia alguna.

Stephen se detuvo en la puerta, la mayoría de su suavidad volviéndole a la cara. “Doug solo necesita hablarme sobre una cosa.”

“¿De qué demonios te tiene que hablar ahora?”

“No preguntes, por favor. Sabes que no te lo puedo contar.”

Rita se quedó pálida y se derrumbó su impasible expresión. Sus mejillas ardieron. Era como si él la hubiese abofeteado. “Esto es algo familiar,” ella se mofó. “Los secretos, las mentiras. ¿No crees que es esto lo que metió en problemas a Doug?”

“Me tengo que vestir. Tengo que hacer la maleta,” dijo Stephen entrando en la casa, dirigiéndose hacia el dormitorio principal.

“De verdad, Stephen, ¿qué te queda allí?”

“Queda Doug, Rita, y se lo están comiendo vivo.”

“¿Y qué coño vas a hacer tú sobre ello?”

¡Todo lo que pueda!” Gritó. “Tengo que hacerlo.”

“Teníamos un acuerdo.”

“Lo sé.”

“Teníamos un acuerdo. Eso tiene que valer más que esto. Más que la amistad de la universidad con un hombre con el que no has compartido un trago desde hace años.”

Por enésima vez desde que la había conocido, Stephen deseó ser otra persona. ¿Cuántas personas estaban obligados a mentir a sus esposas para protegerlas? ¿Para proteger su país?”

Rita se aprovechó del silencio de Stephen, partiéndole en dos. “¿Esto no es sobre el Presidente, verdad?”

“Tengo que irme. Por favor. Deja que me vaya esta vez. Volveré pronto, en cuanto pueda.”

Fue el turno de ella de usar el tratamiento silencioso, aunque no fue por hacerle daño. Observó los agradables años que esperaban compartir en este refugio de montañas convertirse en solitarios otoños nevados, y vacías primaveras sin alegría. Vio a Aaron hacer nuevos amigos en el colegio, pero nunca trayéndolos a casa para hacer deporte con su padre.

Vio la oscuridad que había arrastrado a Stephen de vuelta al juego flotando en el horizonte, sabiendo que la única forma que estaría allí es si le dejaba marchar.

Finalmente dijo, “Será mejor que no te vea en las noticias.”

“Cariño, si me ves en las noticias, entonces habrá algo mucho peor que el que yo no esté en casa.”

Ella le miró fijamente. Él sabía que a ella no le gustaba el humor de los espías. Sonrió y la abrazó con fuerza.

“No pasará nada, cariño. Todo saldrá bien.”

 

 

Jueves, 23 de Julio, 2004
0415 horas GMT (06:15 de la madrugada, hora local)
Zürich

Stephen Century miró a su propia cara, hablando desde un monitor de un circuito cerrado de televisión que estaba en el techo del bar. Suspiró, agitó la cabeza, y se bebió otra bebida mientras su cabeza de títere seguía hablando...

 

“El incidente en el edificio de Iluminado Futuro ha sido lamentable pero inevitable. Como estará claro cuando se pose el polvo, ese lugar era un refugio para células terroristas operando contra la buena voluntad de la gente protegida por la Doctrina Un Mundo, y directamente responsable de publicar la Confesión Mouthwash hace tres años.”

 

“Hemos puesto grandes recursos a disposición de la ciudad de Ámsterdam, y esperamos una pronta recuperación de todos los heridos durante nuestro asalto a la fortaleza terrorista. Nosotros – y todo las personas libres del mundo – ofrecemos nuestras más sinceras condolencias a aquellos que perdieron seres queridos durante esta y durante cualquier otra lucha contra las fuerzas sin ley que se oponen a nuestra sociedad.”

 

“¿Dices que a todas las personas libres del mundo?” El contacto de Stephen se pus en una sombra que había al final de la mesa, sonriendo como el Gato de Chesire después de haberse comido al Conejo Blanco. “¿Entonces eso me incluye a mi también?”

“Supongo que podría ser,” Stephen hizo una seña a la camarera.

“No estoy seguro de que me guste que me metas en tus discursos. Habla con el que te los escribe, por favor. La Señora Sax, ¿verdad?”

“Si.”

“Has heredado un gran lote del Presidente Westcott, ¿verdad?”

“¿Cuándo has heredado ese sarcasmo elitista?”

“Es solo otro disfraz. Uno para cada ocasión. Tu lo entiendes. Es peligroso ser consistente estos días...” El contacto miró a la televisión, donde un reportero Belga cerró la historia...

 

“El Proyecto: Pitfall es la avanzadilla de la acción anti-terrorista de las Naciones Unidas, y sigue siendo uno de los pocos legados de la breve estancia del antiguo Presidente Douglas Westcott en el puesto. Muchos atribuyen el continuo apoyo a Pitfall del actual Presidente George Winter, al magnífico discurso de dimisión de su predecesor el Día de Navidad, durante el que asumió toda la responsabilidad por no impedir la difusión de la Confesión Mouthwash y de al menos otro ataque terrorista ese mismo año.”

 

La sonrisa del contacto se amplió. “Nunca sabes cuando te conviertes en un objetivo.”

“El Presidente Westcott sabía lo que hacía.”

“¡Por supuesto! Él se convirtió a si mismo en un objetivo – para que tú no te convirtieses en uno. Eso tiene que doler, el saber que los Estados Unidos tienen un Presidente decente por primera vez en décadas, alguien que verdaderamente puede cambiar el mundo... y se puso ante la bala. Por ti.”

“La Confesión le arruinó. Yo estaba limpio.”

“Si. ¿Pero quién escribió la Confesión?”

“¡Lo hicimos todos! Todos y cada uno. Cada tipo que conocía un rumor y los que no estaban de acuerdo con la política pero que tenían acceso a un teclado... Todos lo hicimos.”

La irritante sonrisa del contacto desapareció. Stephen no podía decir si era en súplica o de satisfacción, pero al menos ya no le estaba retando a quitársela de los dientes de un golpe. “Me dicen que cuando te reuniste con el Presidente Westcott en el Despacho Oval dos días antes de su dimisión, te contó algo sobre la Confesión...”

“¿Qué?” Soltó Stephen, sorprendido. “¿Cómo puedes saber eso?”

“No es importante. Exactamente, ¿cuáles fueron sus palabras?”

“Contestaba una pregunta que le había hecho.”

“¿Qué era?”

“Le pregunté si yo salía en la Confesión?”

“¿Y qué te dijo?”

“Dijo... dijo, “Si Stephen, sales – como referencia experta.”

“Personalmente se te citaba más veces que...”

“...cualquier otra figura política del gobierno de los Estados Unidos de aquel momento, así es.”

“Tu causaste esto. Tu disparaste la bala.”

Stephen titubeó. “Vivo cada día con eso.” Sus palabras eran vacías. No es que no fuesen ciertas. Lo eran. Pero el contacto tenía razón – había asesinado la carrera política de su mejor amigo, poco a poco, haciendo su trabajo. Otra víctima de la profesión...

“Mientras nos entendamos. Ambos tenemos mucho que perder con esto.”

“Tu tienes tus nombres...”

“... y tu tienes tu guerra. Dime como te puedo ayudar a que luches en ella.”

Stephen se detuvo, pasando su dedo corazón por su sien. Era algo que siempre hacía cuando se concentraba. Este era uno de esos momentos, muy parecido al que compartió con el Presidente Westcott tres años atrás, muy parecido al que había compartido con Rita la mañana antes. El momento de la verdad, envuelto en mentiras.

“Necesito a alguien dentro, alguien que aún juegue al Juego.”

“Una vez estuviste dentro.”

“Eso fue hace mucho tiempo. Necesito a alguien que tenga amigos aún frescos.”

“Y cuyos enemigos sigan con miedo.”

“Exactamente.”

“¿Quieres acabar con los Patriots de una vez por todas?”

“Quiero acabar con todos de una vez por todas.”

“¿Por dónde te gustaría empezar?”

“Con Poole, creo. Es el único que aún está vivo y que estaba ahí cuando todo empezó. Mata su comienzo, controla su final.”

El contacto asintió y su sonrisa regresó. “Creo que tenemos un acuerdo.” Se levantó para irse.

“¿No quieres hablar de las condiciones?”

La sonrisa del contacto se amplió. “Aún hay honor entre espías, amigo mío. Incluso entre cazadores de espías. Me pagarás lo que valga. De eso estoy seguro. Ya hemos acabado, ¿verdad?”

“¿Cómo debería llamarte... con esa nueva cara, y el ridículo acento?”

“Me puedes llamar... Paradox.” El contacto ladeó un poco su sombrero y se alejó. “Ya nos veremos...”