Una Asignación Especial

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducido por Heraclio Sánchez

 

 

La luz del amanecer había convertido los infinitos campos en un mar de oro. Moto Taban sonrió al contemplar las radiantes planicies que le aguardaban. Dio unas palmaditas en el flanco del su yegua mientras la cepillaba. Ella levantó la cabeza excitada, también ansiosa por cabalgar. Era una costumbre que Taban había desarrollado desde niño, una que esperaba continuar hasta sus últimos años; al menos una vez a la semana, se levantaba mucho antes que su sensei y cabalgaba campo a través, sintiendo los últimos retazos del frescor de la noche en su cara. Ese era el sentimiento de la verdadera libertad. Era la esencia de lo que significaba ser Unicornio.

            “Os pido perdón, mi señor,” dijo una voz tras Taban. Se giró y vio un sirviente arrodillándose con las manos apoyadas en el suelo del establo. “No deseo invadir vuestra privacidad esta mañana, pero traigo un mensaje de vuestro sensei. Desea que os reunáis con él en el dojo tan pronto como sea posible.”

            “Por supuesto,” dijo Taban inmediatamente. Dio unas cuantas palmadas más a la yegua, entristeciéndose internamente por la pérdida de su paseo matutino. Aún así su sensei, su profesor, lo había convocado. No tenía otra elección que ir.

            “Mi señor,” continuó el mensajero, “el honorable sensei también me pidió que os dijera que os esperaba tan pronto como vuestra cabalgata matutina hubiera acabado, no antes.”

            Taban frunció el ceño. “Como puede saber…”

            El mensajero siguió sin levantar la mirada. “El honorable sensei dijo que no podía hablar con un estudiante cuya mente estuviera en otro sitio.”

            El joven samurai Unicornio sonrió ligeramente. “Dile a Takai-sensei que estaré allí pronto.” Cuando el mensajero partió, él se giró y acarició el hocico de la yegua. “Tendrá que ser un paseo corto esta vez, vieja amiga, así que hagamos que sea memorable.”

 

           

Shiro Moto era un palacio magnífico, uno sin igual en todo el Imperio de Rokugan. La familia Moto lo había construido a la manera de sus ancestros, una tribu de guerreros que había vivido al norte de Rokugan, al otro lado de un vasto desierto conocido como las Arenas Ardientes. Los demás castillos y palacios de Rokugan se parecían los unos a los otros, construidos según principios y métodos con un millar de años a sus espaldas, pero Shiro Moto era exótico y único. La palabra que empleaban muchos visitantes era extranjero, pero para Taban y los suyos, era un símbolo de su fuerza e individualidad.

            En contraste, el dojo adjunto a Shiro Moto era bastante tradicional, y no indicaba a penas los inusuales orígenes de la familia excepto por algún adorno y las armas que se colocaban ocasionalmente a lo largo de la sala de prácticas. Limpio y fresco tras su cabalgata, Taban se alarmó al descubrir que sólo había otros dos samuráis en el dojo cuando él entró. Por un momento, pensó que quizás había cabalgado durante demasiado tiempo, y que se había perdido la reunión. Pero no, reconoció la posición familiar de su sensei en la parte frontal de la habitación. Al llegar, se inclinó profundamente, como gesto de respeto de un estudiante a su maestro, y ocupó su lugar frente a la esterilla.

            Utaku Takai, el anciano sensei, sonrió a Taban. Durante los años que el joven Unicornio había estudiado en el dojo con el venerable Takai y otros sensei, rara vez había visto al anciano sonreír. Únicamente desde el momento en que había superado sus pruebas y completado con éxito su ceremonia de gempukku su relación había cambiado, y ahora Takai parecía más inclinado a favorecer a su estudiante que antes. El anciano lucía un mon con un crisantemo en su kimono junto con los del Unicornio y el Utaku. Él no era sólo un sensei para los Unicornio, sino que también entrenaba a los Magistrados Imperiales, hombres y mujeres que hacían cumplir la ley a lo largo y ancho del Imperio. “Bienvenido, Taban.”

            “Gracias, sensei,” dijo Taban, inclinándose de nuevo.

            Takai señaló a la joven que se sentaba junto a Taban. “Creo que ya conoces a tu colega estudiante, Utaku Kohana.”

            “Hai,” confirmó Taban. Miró a Kohana con respetuoso asentimiento. Se había fijado en Kohana durante las escasas ocasiones en que sus respectivos grupos de estudiantes habían practicado juntos. Era nieta de Takai, y Tabana estaba bastante seguro de que era la criatura más hermosa que sus ojos habían visto en toda su vida. Muchos de los amigos de Taban y compañeros de clase habían fantaseado abiertamente con cortejar a la joven samurai-ko. Pero Taban nuca se había molestado en hacerlo. Incluso si fuera un hombre más guapo, su matrimonio había sido preparado desde que era niño. La mujer con la que debía casarse iba a pasar su gempukku, la ceremonia que marcaba el fin de la infancia de un estudiante y su entrada en las filas de los samuráis que servían a su familia y clan, en tres años. Al poco tiempo, imaginaba Taban, se casarían.

            “Debo volver pronto a la Ciudad Imperial,” dijo Takai. “Mis obligaciones son ahora más importantes que nunca. Sin embargo, antes de irme he solicitado el privilegio de asignaros a vosotros dos vuestra primera tarea ahora que habéis completado vuestro gempukku.”

            Taban se quedó perplejo por unos instantes. “Sensei, no soy capaz de expresar lo honrado que me siento.” Para que Takai se hubiera fijado en él de semejante forma…él nunca había soñado que el sensei lo elegiría para algo así.

            “El honor es mío,” contestó Takai. “Sólo os pediré un único favor.”

            “Cualquier cosa, sensei,” dijo Kohana tranquilamente.

            “Antes de que discutamos vuestros destinos,” dijo Takai, “deseo escuchar cuál preferiríais, si pudieseis elegir.”

            Taban respiró hondo y consideró la pregunta de su maestro. No estaba seguro de cómo responder, pero afortunadamente Kohana respondió primero, dándole unos momentos para pensar. “Desearía servir con las shiotome Utaku,” dijo en tono suave.

            “¿Por qué?” Preguntó Takai. Taban también se hacía la misma pregunta, pues la estoica Kohana no parecía encajar demasiado bien en semejante puesto militar.

            “Las Doncellas del Batalla Utaku son la fuerza de caballería más grande del Imperio,” contestó ella sin dudar. “Es la hermandad más elitista que nunca se haya conocido, y son temidas en todo Rokugan. Servir junto a ellas es un gran desafío, que me gustaría enfrentar.”

            “Bien dicho,” dijo el sensei. “¿Y esperas que te sea dado semejante deber?”

            “Aún no soy merecedora de ello,” dijo Kohana. “Cuando me haya probado a mí misma, sólo entonces podré esperar tal honor.”

            Takai sonrió y asintió. “¿Qué hay de ti Taban?”

            “Si pudiera elegir,” dijo cuidadosamente, “sería un explorador al servicio de los Junghar.”

            “¿Por qué?” Preguntó de nuevo Takai.

            “El ejército Junghar es uno de los tres que mantiene el Unicornio, y es el único asignado a defender nuestras provincias de nuestros enemigos. Servir al Junghar es tener el honor de proteger a tu propia familia, tu propio hogar.”

            “¿Por qué un explorador?”

            “Los exploradores peinan las tierras,” dijo Taban nostálgico. “No hay tierras más bellas que las nuestras. Pasar cada día cabalgando por ellas, los campos abiertos, el viento en mi pelo… es lo más que uno merece en una vida mortal.”

            Takai soltó una risita. “¿Crees que recibirás ese puesto?”

            “No,” contestó Taban.

            “¿Por qué no?”

            “El Khol, el mayor de los tres ejércitos del Unicornio, fue esquilmado tras el ataque del Khan en tierras León el pasado invierno. El Khan alcanzó la Ciudad Imperial como deseaba, pero fue incapaz de tomar el trono por la interferencia de los clanes León,  Grulla, Dragón y Fénix. Los ejércitos Khol y Baraunghar fueron diezmados. Supongo que serviré con el Khol, para ayudar a repoblar las filas de aquellos caídos en batalla.”

            “Una creencia astuta, pero un tanto presuntuosa, ¿no crees?” le reprochó Takai. “Los Khol son los más grandes de todos los guerreros Unicornio. ¿Te crees digno que permanecer entre tales guerreros?”

            Taban miró al suelo, mientras se sonrojaba. “No, por supuesto que no. Yo… pido perdón por mi arrogancia.”

            “No te disculpes,” dijo Takai. “Vosotros dos estáis entre los mejores jóvenes samuráis de vuestra generación. Que recibáis esos puestos no está descartado, pero desafortunadamente no es el caso por el momento. Hay una mayor responsabilidad para ambos, pero una que lleva mucho honor y gloria a vuestras familias y clan.”

            “¿Qué tendrá el Khan para nosotros, sensei?” Preguntó Kohana.

            Takai se levantó y se rascó la barbilla pensativo, caminando a lo largo de la muralla norte y observando las dos cimitarras colgadas allí. “Kohana, tú eres estudiante de historia. Cuéntame todo de la marcha del Khan.”

            Kohana se inclinó respetuosamente. “Cuando el Emperador pereció en su búsqueda por la iluminación, el trono quedó vacío, con una Emperatriz que pocos respetaban gobernando en ausencia de su marido,” comenzó. “Cuando el Khan, el gran Moto Chagatai, descubrió que su antiguo aliado el Shogun no se apoderaría del trono, supo que sería inevitable que la guerra llegase con la primavera. Para evitar esto, lanzó una campaña militar al final de invierno, algo que Rokugan no había conocido jamás, y atacó las provincias León. Saqueó almacén por almacén, diezmando los suministros León mientras éstos eran incapaces de responder a sus ataques por las condiciones invernales. Cuando llegó el deshielo, el león descendió sobre el ejército Khol en el centro de sus tierras mientras el Khan y el Baraunghar, el menor y más rápido de sus ejércitos, usaban una poderosa magia de batalla para moverse instantáneamente a la Ciudad Imperial.”

            “Sí,” coincidió Takai. “Y el resultado fue, como Taban ya ha mencionado, desfavorable.”

            “Las fuerzas del Khan fueron virtualmente barridas y el Khan resulto seriamente herido. Se le permitió regresar a sus tierras gracias al Fénix, pero el León desea su muerte, y venganza por aquellos perdidos en aquella campaña.” Kohana sacudió su cabeza. “Están posicionados para atacar nuestra frontera en cualquier momento. Su asalto es inevitable.”

            “Todo correcto.” El sensei miró a Taban. “¿Y qué ha sido del trono?”

            “Permanece vacío,” contestó Taban. “La Emperatriz, el Shogun y cualquiera que pudiera hacer una petición legítima al trono murió en el ataque a la Ciudad Imperial. Ahora los clanes se encuentran en paz, pero no durará. Sin línea de sucesión, el trono puede ser tomado por la fuerza, o por poder político. Uno u otro, probablemente los dos, aparecerán pronto.”

            “Y ahí reside el dilema de nuestro clan,” dijo Takai. “De todos los Campeones de Clan y aquellos a los que apoyan, sólo el Khan es merecedor de ello. Sólo él posee la voluntad, la fuerza y la claridad en el propósito para guiar al Imperio a una nueva edad. Cualquier otro sólo lo guiaría a la ruina, pero aquellos que son amenazados por la fuerza del Khan se interponen en su camino. Individualmente son insignificantes, pero juntos, no pueden ser superados con facilidad.”

            “Las mentiras de los otros clanes envenenan al pueblo en contra del Khan,” dijo Kohana. “Ellos lo ven como un conquistador bárbaro.”

            “Será difícil combatir una percepción errónea tan extendida,” añadió Taban. “La familia de diplomáticos Ide encontrará su trabajo más difícil que en el pasado.”

            “Es una tarea que los Ide no pueden completar en solitario,” dijo Takai. “Su influencia es limitada. Incluso aquellos de nosotros con influencia en otros círculos sólo podemos hacer un poco. Cuando se elija un nuevo Campeón Esmeralda, tengo pocas dudas de que él o ella me relevarán de mi puesto en el Dojo Esmeralda. Hay pocos que puedan perdonar mis lazos con el Khan.”

            “¡Qué infamia!” Taban no podía contener su indignación. “¡Relevar a un sensei tan distinguido por algo así!” ¿Quién se atrevería?”

            “Aquellos que desean ver a alguien de su clan sentarse sobre el trono,” contestó Takai. “Aquellos que tienen la ambición que atribuyen a nuestro Khan. Para evitar esto, el Unicornio debe construir nuevos puentes. Debemos mostrarles a los otros la verdad. Debemos demostrar la verdadera naturaleza del Khan mostrándoles nuestros jóvenes samuráis, hombres y mujeres de carácter que puedan servir como un ejemplo ante los demás de los ideales que mantenemos.”

            Taban cayó en la cuenta. “¿Nosotros?” Exclamó. “¿Queréis que sirvamos como embajadores en otros clanes?”

            “Sensei, no estamos entrenados para algo así,”  objetó Kohana.

            “No se requiere ningún entrenamiento,” les aseguró Takai. “Se os darán los puestos en los que habéis mostrado interés a vuestra vuelta. Por ahora, seréis asignados a una de las delegaciones Unicornio que parten por el Imperio. Todo lo que necesitáis hacer es servir a vuestro superior en lo que quiera que os pida, y exhibir los mismos rasgos que han impresionado a vuestro sensei durante el entrenamiento. Seréis la imagen que el Imperio verá de nosotros. Nuestro futuro y el futuro del trono, podrían muy bien depender de vosotros.”

            “Hai sensei,” respondieron ambos.

 

           

Taban se sentó en el saliente de una gran roca, a dos horas a caballo del dojo de Shiro Moto. Había sido liberado de sus obligaciones hasta su marcha de las provincias Moto. El joven guerrero venía aquí a menudo a reflexionar sobre grandes decisiones. Había venido a aclarar sus ideas antes de partir a tierras Grulla para participar en el Campeonato Topacio, y parecía que volvería a marcharse pronto para servir como participante en el Campeonato Esmeralda. A partir de ahí…no sabía. Tan sólo esperaba que hubiera campos abiertos por los que cabalgar.

            Taban se apoyó en la roca y se ajustó las hojas gemelas que siempre llevaba en su obi. El peso de las espadas en su cadera todavía le resultaba nuevo. Le habían molestado bastante al principio, pero ahora no las notaba tanto. En poco tiempo, dejaría de notarlas. Eran las marcas de los samuráis, y él les brindaría honor, o moriría en el intento.

            El joven guerrero se levantó y limpio el polvo de la roca de sus pantalones. Silbó agudamente, provocando que su leal caballo viniera trotando desde donde había estado pastando en los campos. Quedaba poco tiempo, y el sol se precipitaba rápidamente hacia el horizonte. Mañana, sin embargo, sería un nuevo día.

            Moto Taban estaría dispuesto.