Un Nuevo Imperio, Parte I

 

por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Yoritomo Yu

 

 

Los Mantis

 

Las propiedades del clan Mantis en la Ciudad Imperial podrían ser descritas cortésmente como opulentas, quizás incluso fastuosas. Sin embargo muchos en Toshi Ranbo evitaban la cortesía en este asunto en particular, y en su lugar usaban palabras como “ostentosas”, “vergonzosas”, o incluso “repugnantes”. Era esto último lo que más divertía a Yoritomo Sachina. Dado su origen único, habiendo pasado la mayor parte de su vida como una de las más exitosas geishas del Imperio a pesar de su alta cuna, comprendía muy bien que por mucho que un samurai desprecie la riqueza y el comercio, depende de tales cosas para vivir. Que la dicotomía existiera como resultado de la hipocresía o de una idea equivocada variaba de persona a persona, pero el resultado era el mismo: era fácil manipular a alguien que no supiera o rechazara reconocer la verdad.

Mientras Sachina echaba un vistazo a la sala principal del estado, no podía evitar sentir una punzada de arrepentimiento. Era ridículo, por supuesto, porque ahora tenía todo lo que quería. Realmente ella estaba…

“Sachina-san,” interrumpió una voz. “¿Señora de todo lo que contemplas?”

Otrora se habría preocupado de que tal comentario pudiera indicar que su humor era transparente, pero por supuesto su asociado sólo estaba diciendo algo increíblemente obvio. “Estoy segura de no tener ni idea de lo que quieres decir, Singh-san.”

Como siempre, la morena piel del gaijin y el extraño turbante le hacían parecer curiosamente fuera de lugar en colores Mantis, pero Sachina siembre había encontrado su apariencia extrañamente exótica y atractiva. Yoritomo Singh se acarició el bigote distraídamente. “Somos prácticamente todo lo que queda de la delegación del clan en la Corte Imperial,” dijo él. “Entre nosotros, eres la única opción real para liderar la agenda del clan en la corte. Deberías sentirte privilegiada.”

“Por supuesto que lo estoy,” dijo ella con una sonrisa tímida.

“Una lástima que haya ocurrido de esta forma,” dijo Singh frunciendo el ceño.

A menudo Sachina encontraba su humor inescrutable, pero era tan sincero que había empezado a dudar de que fuera capaz de engañar deliberadamente en cualquier circunstancia. “¿Qué es lo que quieres decir?”

“Desde mi punto de vista, el único colega que realmente podría haber sido una amenaza para vos era Yoyonagi-sama. Así que por supuesto, en lugar de intentar la infinitamente lenta tarea de llevarle a la ruina, causasteis que le ascendieran,” explicó Singh. “Ahora ella es la Campeona Amatista, gracias en gran parte a vos, y demasiado ocupada con sus nuevos deberes para interferir en vuestro liderazgo aquí.”

“Una posición bien merecida,” observó Sachina. “Por Yoyonagi-sama, quiero decir.”

“Naturalmente. Aún así, ver a tantos otros ascender sobre su posición mientras permanecéis aquí,” Singh meneó la cabeza. “Estoy seguro de que debe ser difícil. Minami, vasalla del Campeón de Jade. Yashinko trabajando directamente con el Tesorero Imperial. Para muchos esto debe ser visto como si hubierais sido dejada atrás.”

La cálida expresión de Sachina se desvaneció en una mirada fría. “Tu razonamiento está bien realizado, Singh. No eres ningún inocentón, ningún peón ignorante que ser manipulado.” Se abanicó ligeramente. “No es que te hubiera tomado por tal, por supuesto. Sabía que en algún lugar llevabas el corazón de un cortesano.”

“Por supuesto,” dijo Singh. “He oído que la Emperatriz se encuentra en presente en el Palacio Imperial desde hace algunos días. ¿Sabéis cuándo convocará a su corte?”

“Aún no,” dijo Sachina. “Dicen que su Corte de Invierno será convocada en Kyuden Bayushi dentro de muy poco. Es posible que no celebre corte aquí, sino que espere hasta entonces para realizar su primera aparición.”

“En cualquier caso tendréis poco tiempo para encontrar reemplazos a nuestros colegas ausentes,” dijo Singh.

“Soy consciente,” dijo ella frunciendo el ceño. “Muchas de nuestras promesas más prometedoras se encuentran en las Islas, ayudando con la conclusión de la corte de la Campeona Esmeralda.”

“Una vez, años atrás, tuve que reunir una patrulla de guardias durante el festival más ruidoso de la ciudad. Fue una lucha terrible tener que encontrar suficientes hombres lo bastante sobrios como para que se unieran a mi. Esto será al menos ligeramente más difícil, imagino.”

Sachina rió entre dientes ligeramente. “¿Echas de menos los Reinos, Singh-san?”

“Por supuesto,” respondió. “Pero mi camino me trajo aquí, y aquí debo permanecer hasta que sea guiado de nuevo a casa.”

“Siempre podríamos reclutar a Kekiesu,” observó ella. “¿Tal vez te recuerde a tu hogar?”

“Ella me recuerda las partes de mi hogar que no echo de menos,” dijo Singh sombríamente. “Creo que nos será más útil dejarla con sus otros deberes.”

Sachina frunció el ceño con el comentario, y empezó a continuar con el asunto, pero los dos fueron interrumpidos cuando otro entró en la sala, y la expresión de Sachina cambió rápidamente. “Quizás deberíamos considerar nuevas posibilidades,” dijo ella, su voz prácticamente un ronroneo. “¿Qué diríais a la idea de atender la Corte de Invierno, Kalani-san?”

Moshi Kalani frunció el ceño mientras servía una copa de agua fresca. “Supongo que le preguntaría a las Fortunas porqué me castigan de esa manera,” dijo él. “La Corte no es para gente como yo.”

“Oh, creo que discrepo,” dijo Sachina. “Creo que muchas de mis homólogas en las delegaciones de los otros clanes os encontrarían extremadamente… interesante.”

“Qué lástima que tenga otro compromiso,” dijo Kalani. “El Señor Naizen-sama ha delegado en mi el mando de su flota personal hasta nuevo aviso.”

Singh pareció alarmado ante la noticia. “¿Está el Señor Naizen enfermo?”

“No lo está, alabado sea el Tronador.”

Sachina levantó una ceja. “¿Qué ha captado su interés? ¿Es su nueva esposa Kitsune?” Hizo una pausa por un momento. “Por cierto, los Kitsune caen bien a todo el mundo. Quizás deberíamos reclutar algunos de ellos para reponer nuestras filas.” Otra pausa. “Caen bien a todo el mundo excepto a la Grulla, supongo que debería añadir.”

“¿Cuál es el estado de la profeta?” preguntó Singh.

“Hay un informe de un magistrado menor en la zona, Yoritomo Saburo, acerca de la amenaza a la profeta,” dijo Kalani, “pero es un tanto… extravagante. Afirma que la amenaza ha finalizado, pero los detalles son difíciles de creer.” Se encogió de hombros. “Independientemente, sabemos que las visiones de la profeta son cada vez menos frecuentes, y ha tenido breves periodos catatónicos, como han tenido muchos grandes videntes y profetas antes que ella. Es la carga de su don, supongo.”

Sachina y Singh se dieron la vuelta y empezaron a discutir entre ellos la inusualmente larga revelación de Kalani, y pareció que ninguno se dio cuenta de cómo el marinero había evitado responder la pregunta relativa al Campeón del Clan Mantis.

 

           

En algún lugar en los mares de Rokugan

 

Hasta donde la vista de Moshi Eihime alcanzaba en cualquier dirección, barcos Mantis salpicaban los mares. La mayoría de la Segunda y Tercera Tormentas estaban reunidas aquí, quizás la mayor colección de samuráis Mantis en un lugar fuera de las islas desde la Guerra de Fuego y Trueno. Esto inquietaba a Eihime, aunque había que reconocer que por causas poco corrientes.

“Conozco esa mirada,” retumbó el Campeón del Clan Mantis.

“Perdonadme, mi señor,” dijo ella. “No fue mi intención ofender.”

“Simplemente suéltalo,” dijo Yoritomo Naizen. “Tenemos mucho que hacer hoy y preferiría pasar la mayor parte del día tan libre de subordinados meditabundos como sea posible.”

Eihime hizo un gesto para abarcar todo el horizonte “¿Es esto beneficioso, Naizen-sama? ¿Estamos consiguiendo algo?”

“El Dragón del Trueno se encuentra debilitado por su viaje al reino mortal,” dijo Naizen. “Lo viste tú misma. Necesita tiempo para recuperar sus fuerzas, y entonces no hará falta defenderle.”

“¿Hace falta ahora?” preguntó Eihime. “Nadie sabe que Trueno vive ahora en el reino mortal excepto nosotros, y nosotros sólo lo sabemos gracias a vuestra conexión a él a través del yelmo que lleváis. Nadie le encontraría nunca, excepto porque resulta que hay una enorme flota al parecer localizada en el medio del océano sin motivo aparente.” Agitó la cabeza. “Nos arriesgamos a llamar la atención. Estamos poniendo al dragón en un riesgo mayor.”

“¿Riesgo mayor?” Naizen casi rió. “¡En primer lugar no hay prácticamente nada en el reino mortal que pueda amenazarle! Estamos aquí para desviar amenazas que no merecen su atención o, si hace falta, para retrasar cualquier amenaza que pueda suponer un peligro para él, de forma que pueda tener tiempo de huir.” Hizo una pausa y reflexionó por un momento. “Piensa en nosotros como una especie de… guardia de honor.”

Eihime frunció los labios. Estaba claro por su lenguaje corporal que estaba en desacuerdo, pero sólo se inclinó. “Sigo vuestras órdenes, mi Campeón.” Ella estuvo en silencio durante unos momentos después de levantarse, entonces se volvió sobre su hombro. “¿Cuanto tiempo suponéis que necesita algo como el Dragón del Trueno para recuperar sus fuerzas?”

“No tengo ni idea,” respondió Naizen honestamente. “Con la muy obvia excepción de la presencia del Dragón de Fuego en la Ciudad Imperial el año pasado, este es un evento completamente desconocido. Nadie sabe qué esperar.”

“Vi que hablasteis con Sayoko.”

Naizen asintió. Moshi Sayoko era la principal sensei de Isla Tempestad, el más prestigioso de los templos de los shugenjas de la familia Yoritomo. “Cree que ha descubierto una forma de ayudar al dragón,” dijo él. “Todo me sonaba completamente extraño, pero tenía algo que ver con un ritual que forjaría un vínculo entre un individuo shugenja y el dragón, permitiendo a cada uno recurrir al poder del otro. Cientos de shugenjas podrían prestar su poder al dragón y darle fuerzas, mientras que algunos entre sus filas podrían recurrir a un diminuto fragmento de su poder, suficiente para darles habilidades increíbles mientras el dragón apenas notaría la sensación.”

Eihime frunció el ceño. “Eso suena peligroso, mi señor, y arriesgado. ¿No suena como la mezcla de un alma mortal con aquella de un demonio? No es que compare al Dragón del Trueno con un demonio,” añadió rápidamente, “pero pienso que la pérdida de uno mismo sería un tremendo riesgo.”

“Si poseer el trueno en el alma de uno es un riesgo, entonces todos los Mantis ya corren ese riesgo,” dijo Naizen.

“¡Mi señor!”

El grito vino del vigía que Naizen había emplazado en el mástil más alto de su barco personal. El hombre se había amarrado en el lugar y pasado las últimas horas observando las aguas alrededor del barco buscando cualquier indicio de alteración. Se habría cocinado bajo el sol si no fuera por la rudimentaria sombra que creó arrancando una tela pesada para mantener el sol fuera de su cabeza. “¿Qué ocurre?” Rugió Naizen hacia él.

“¡El agua, capitán!” respondió gritando el hombre, olvidando la forma correcta de dirigirse debido a su evidente pánico. “¡Algo en el agua!”

Naizen agarró un pesado yari y se dirigió furioso a ese lado, mirando sobre el mar picado, buscando ver algo que pudiera suponer una amenaza. Soltó tacos acerca de lo sucia que estaba el agua, que sólo le permitía alcanzar a ver movimiento entre las turbias profundidades. “¿Podéis aclarar el agua?” preguntó.

“Yo ordeno sobre los vientos, mi señor,” respondió Eihime, “no sobre los mares.”

“¡Debería haberte enviado a la capital y traer a Kalani!” rugió Naizen. “¡Si le pidiera que averiguara lo que es se tiraría el agua con un cuchillo entre los dientes!”

“Tranquilízate, humano alma-tormenta.” La extraña voz burbujeó desde las aguas, distorsionada pero al mismo tiempo completamente comprensible. “No queremos hacer daño. Buscamos el avatar del Padre Creador. Pudimos sentir su llegada.”

“¿Quién habla?” preguntó Naizen. “¡Muéstrate!”

“Como quieras.” Las aguas se batieron por un momento, y una cara inhumana apareció entre las olas, saliendo rápidamente y revelando un cuerpo verde con aletas que se soportaba fácilmente sobre las olas por el movimiento de una poderosa cola apenas visible bajo la superficie.

“¿Quién eres?” preguntó Eihime, observando. “Eres…”

“Sí,” respondió la criatura. “Soy Sakarah de los Ningyo, y queremos unirnos a vosotros en vuestra defensa del avatar.”

 

 

Los Fénix

 

Si Toshi Ranbo era o no la ciudad más grande del Imperio era un tema de debate entre aquellos interesados en tales asuntos. Hace una década nadie habría afirmado tal cosa, pero desde que se convirtió en la nueva Ciudad Imperial se había expandido a un ritmo asombroso para los antiguos residentes. Algunos afirmaban que Toshi Ranbo había superado el tamaño de Ryoko Owari Toshi, la ciudad más grande en tierras Escorpión, pero la mayoría coincidían en que no había forma de estar seguro, y muchos eran de la opinión de que eso no importaba lo más mínimo.

Isawa Emori siempre se había encontrado en el último grupo. Disfrutó de sus estancias en la Ciudad Imperial, aunque honestamente sólo tuvo una estancia digna de mención. Aún así, durante el año en que el Clan Fénix ocupó la ciudad, la posición de Maestro de la Tierra le situó entre los samuráis de mayor rango, y disfrutó de todo lo que la ciudad tenía que ofrecer. Aunque las historias sobre el libertinaje presente en Ryoko Owari siempre le habían intrigado, sospechaba que el entorno social allí sería un poco más siniestro de lo que pudiera parecerle atrayente.

“Emori-sama.”

Levantó las cejas por un momento. “¿Hmm? Oh, sí. Lo siento. Por favor, sígueme.” En su meditación casi había olvidado a su invitada. Sonrió educadamente y continuó caminando entre los montones de pergaminos que llenaban esta librería particular. “Estoy seguro de que debe estar por aquí… ah, sí. Allá vamos.”

Los dos shugenja rodearon una esquina y descubrieron a un hombre de mediana edad sentado encima de una gran mesa, rodeado de docenas de pergaminos, leyendo uno y murmurando alegremente para sí mismo. El hombre estaba tan absorto que parecía no haberse dado cuenta de su aproximación. Hubiera parecido una escena cómica, si Emori no la hubiera visto antes al menos otra docena de veces. “¿Maestro Bairei?”

Asako Bairei miró hacia arriba, y por una vez le pareció a Emori bien descansado y bien nutrido. “¡Emori-san!” dijo felizmente. “¿Sabías que los Miya no sólo han conservado el sistema de catalogar que implementé mientras éramos invitados en la ciudad, sino que han completado el proceso en esta librería y en otras dos más? ¡Qué gente más trabajadora, estos Miya! Hecho muchísimo de menos la ciudad.”

“Me alegro de oír eso, Bairei-san,” dijo Emori. “Sin embargo, he venido por otro asunto. ¿Has hablado con Ochiai-sama desde ayer?”

“No lo creo,” dijo Bairei, frunciendo el ceño ligeramente. Emori podía imaginar que estaba intentando determinar qué día era. “¿Me necesita para algo?”

“No que yo sepa, no,” continuó Emori. “Sin embargo, ha elegido el candidato que ocupará el puesto de Tamori Nakamuro.”

“Ah,” dijo Bairei, desapareciendo su alegría de repente. “Qué gran pérdida. Una mente tan brillante y unos principios tan nobles. Le echaré muchísimo de menos.”

“Como todos nosotros,” dijo la mujer que acompañaba a Emori.

“Oh,” dijo Bairei. “¡Hola! Lo siento. No era mi intención ser maleducado. Soy Asako Bairei.”

“Os conozco, Maestro del Agua,” dijo la mujer con una ligera sonrisa. “Soy una gran admiradora de vuestro trabajo, mi señor.”

“Bairei-san, esta es Isawa Mitsuko. Ochiai-sama la eligió como nueva Maestra del Aire. Se sentará en el Concilio Elemental con nosotros.”

“¡Qué encantadora!” dijo Bairei. Se rascó la barbilla por un momento. “Tu nombre me resulta familiar, pero… tendrás que perdonarme, querida, pero no soy tan bueno con los nombres como con las fechas o los hechos. Éstos simplemente parecen… escabullirse.” Hizo una pausa. “Hasta que fallecen, por supuesto. En cuanto que alguien muere parece que soy capaz de recordar prácticamente cualquier cosa que supiera de él. Es algo realmente peculiar y me pregunto qué puede decir eso acerca de mi carácter…”

“Bairei,” dijo Emori con delicadeza. “Mitsuko-san era estudiante de Nakamuro, por supuesto, y de Asako Juro también.”

“Una estudiante de Juro, dices,” dijo Bairei. “¿Eres una Inquisidora?”

“Lo soy,” respondió Mitsuko. “O lo era. Puede que esta responsabilidad haga mis otros deberes imposibles de continuar.”

“Una Inquisidora,” murmuró Bairei. “¡Supongo que eso explica el comportamiento del joven Emori aquí!”

Mitsuko levantó una ceja. “¿Oh?”

“Efectivamente. Creo que nunca le he visto en presencia de una mujer tan encantadora como tu sin que recurriera a…”

“Bairei-san,” interrumpió Emori, “Tengo una petición de Ochiai-sama.”

“Oh, por supuesto,” dijo Bairei. “¿Qué es lo que desea la Maestra del Fuego?”

“Tienes una mayor perspectiva histórica que el resto de nosotros,” continuó Emori. “Ella espera que prepares tus ideas para ella acerca de la creación de esta nueva Dinastía.”

“Estaré encantado.” Su cara se iluminó visiblemente. “¿No es glorioso? Sólo deseo que todo el Concilio hubiera podido estar presente en su coronación. La mayoría fue poco ortodoxo, por supuesto, pero seguramente nada de tal importancia había ocurrido en Rokugan desde el amanecer del Imperio.”

“Fue un glorioso día para el Imperio,” estuvo de acuerdo Mitsuko. “Sólo espero que los otros clanes reconozcan la voluntad de los Cielos cuando la vean. Para muchos es raro mostrar tal conciencia del Orden Celestial siendo manifiesto.”

“Creo que pocos de los que presenciaron el evento, o de los que se han encontrado en presencia de la Emperatriz, tengan lugar a dudas,” añadió Emori.

“Aún así,” dijo la nueva Maestra del Aire, “Me encuentro con algunas dudas acerca de los más cercanos consejeros de la Emperatriz. Algunos de ellos parecen tener lo que yo llamo un carácter cuestionable.”

“No podemos mas que estar seguros de que nuestra fé en la Emperatriz no se encuentra en el lugar equivocado,” dijo Bairei. “Y hay algunos de los consejeros que ha elegido en los presencia podemos estar cómodos. Togashi Satsu se encuentra entre los mejores hombres que jamás he conocido, y tengo entendido que el nuevo Shogun ha conservado los servicios de Shiba Danjuro-san. Ese es un acto de un hombre sabio, en mi opinión.”

“Es interesante que lo mencionéis, Bairei-sama,” dijo Mitsuko. “Esperaba la oportunidad de haceros preguntas relacionadas con vuestro juicio de carácter.”

“¿Oh?”

“Así es. Por eso le pedí a Emori-san que nos presentara. Necesito vuestro consejo.”

Bairei sonrió. “Me haría feliz ser de utilidad.”

“Tengo entendido que sois uno de los que trabajó con Juro-sama y el sensei Isawa Sawao para desarrollar la teoría relativa a la destrucción de los Oráculos Oscuros, ¿es eso correcto?”

“Más bien es una exageración,” dijo Bairei. “Ellos hicieron la mayor parte del trabajo. Simplemente me pidieron supervisar sus descubrimientos y verificarlos, lo cual hice encantado.”

“Aún así,” insistió, “¿estáis familiarizado con el trabajo realizado hasta ahora?”

“Lo estoy,” confirmó. “La muerte del Oráculo Oscuro de la Tierra es motivo de celebración para el Fénix. Y, hasta ahora, no hay indicios de que haya habido otra manifestación de su poder en ninguna parte del Imperio.”

“Conocéis a Isawa Mizuhiko, entonces.”

Bairei sonrió de nuevo, pero esta vez melancólicamente. “Un antiguo estudiante mío, sí.”

“¿Y qué pensáis de él?”

Bairei no respondió de inmediato. Alcanzó un cuenco de agua cercano a él, y arrastró su dedo sobre él, apenas rozando la superficie. Parpadearon unas imágenes sobre el agua, muchas del joven sacerdote Mizuhiko. “Es un buen hombre. Su voluntad es fuerte, y su dominio sobre los kami considerable. Hay un desasosiego en su espíritu, sin embargo, y me temo que le causará grandes dificultades antes de que cure la herida de su espíritu.”

“No todos los hombres son capaces de curar heridas espirituales,” observó Mitsuko. “¿No diríais que estoy en lo cierto, Emori-san?”

“Yo… ¿qué?” El Maestro de la Tierra parecía confuso por la pregunta.

“Espero que no sea tu intención utilizar tu nueva posición para facilitarte un interrogatorio sobre obedientes samuráis Fénix no merecedores de tal atención,” dijo Bairei, su tono claro y su atención concentrada en los otros. “No solo no ayudaré en tal intento, tampoco lo toleraré.”

“No era mi intención,” dijo Mitsuko inclinándose ligeramente. “He oído rumores específicos acerca de Mizuhiko, y eso es todo. Deseo asegurarme por mí misma que carecen de fundamento.”

“Cualquier acusación contra otro Fénix que pueda disipar, lo haré encantado,” dijo Bairei. “Normalmente las encuentro infundadas y carentes de fundamento, como tú dices. Mira, por ejemplo, el caso de Isawa Tokiko.”

Mitsuko frunció el ceño. “No estoy familiarizada con ese nombre, me temo.”

“Una estudiante de Shiba Ningen, Maestro del Vacío,” añadió Emori. “Algunos han sugerido que ella es… menos que estable. Esa no es una acusación poco habitual con respecto a los ishiken, por supuesto.”

“Aquellos que están en comunión con el Vacío ocasionalmente presentan un problema,” reconoció Mitsuko. “Sin embargo, no estoy familiarizada con ningún caso así al menos en una generación.”

“Ella fue enviada en una misión a tierras Mantis,” explicó Bairei, “quizás para deshacerse de su presencia en Kyuden Isawa, quizás no. En cualquier caso, durante el brote de asesinatos contra el Imperio, fue Tokiko quien salvó la vida de Tsuruchi Nobumoto mientras permanecía en Kyuden Ashinagabachi. Ese sencillo acto ha sido una tremenda ayuda en nuestra relación con el Clan Mantis.” Levantó un dedo. “No seas tan rápida en juzgar, Mitsuko-san. Aunque a menudo soportamos pesadas cargas por nuestra relación con los kami, también hemos contribuido enormemente al Imperio. Muchos viven y prosperan ahora, porque hemos actuado mientras otros dudaban.”

Mitsuko se inclinó. “Intentaré estar a la altura del ejemplo establecido por hombres como ustedes, y por la Dama Ochiai.”

Bairei sonrió y asintió. “Eso es todo lo que podríamos pedir.”

 

 

Los Escorpión

 

Durante demasiado tiempo, el Palacio Imperial había parecido más una tumba que un verdadero palacio. La muerte de la Emperatriz Toturi Kurako y la mayoría de sus guardianes durante el intento del Clan Unicornio de tomar el control de la ciudad hace año y medio había dejado una terrible mancha en las mentes de muchos. Así mismo, que muchos de los encargados de la anterior Corte Imperial hubieran sido matados salvajemente en el balcón por espíritus hambrientos arrojó una sombra sobre el palacio. O al menos hasta hace unos días.

La visión de la nueva Emperatriz, la Hija Divina de los Cielos, llegando a la ciudad, protegida por un millar de guardias Seppun en sus más espléndidas armaduras, había sido un espectáculo que nadie que lo hubiera visto iba a olvidar jamás. Bayushi Norachai había llorado ante la visión de la Emperatriz ascendiendo las escaleras para entrar en el Palacio Imperial, y lo había hecho sin vergüenza. Como muchos de los más hastiados habitantes de la ciudad, se había encontrado cuestionando la validez de una Kitsuki ascendiendo a la posición. Parecía tan… aleatorio. Y sin embargo cuando la vio, en ese momento en que se giró y honró a sus súbditos mirándoles con cariño, lo supo. No había ninguna despedida milagrosa de los cielos, como se rumoreaba que había ocurrido en la Colina Seppun. No extendió las manos y curó a los enfermos. Simplemente sonrió, y eso era todo lo que correspondía. No hubo duda de que efectivamente era la Divina Emperatriz, ni de que los Cielos aprobaban su mandato. Fue en ese momento cuando, por primera vez desde que su amigo y mentor, el anterior Campeón Esmeralda, había muerto, sintió verdadera ilusión por el Imperio.

Hoy seguía al nuevo Campeón Esmeralda, sin decir nada, mientras entraban al palacio para encontrarse con la Emperatriz. El nuevo Campeón no era en absoluto como Yasuki Hachi, y bajo su dirección, Norachai había abrazado su desgraciada reputación, usándola junto con otros recursos bajo su mando para convertirse en el azote de todo aquel que amenazara al Escorpión. Su vida había tenido un propósito otra vez, uno que tenía poco que ver con su posición como Protector de la Ciudad Imperial, y valoraba ese propósito aunque se odiara a sí mismo por ello.

“Hisoka,” llamó Shosuro Jimen mientras los dos hombres caminaban por uno de los anchos pasillos. Era una de las pocas veces que Norachai podía inmediatamente recordar en la que escuchaba lo que parecía ser auténtica felicidad. “Creo que deberíamos felicitarte, amigo mío,” dijo el Campeón Esmeralda. “¿El Canciller Imperial? ¡Que cargo más prestigioso! No puedo pensar en nadie que se lo mereciera más.”

Las facciones de Bayushi Hisoka se retorcieron en una sonrisa que Norachai estaba seguro de que había derretido los corazones de cientos de mujeres. “Gracias, Jimen-san. Estoy completamente seguro de que podremos coordinar nuestros esfuerzos.”

Norachai se fijó en el otro hombre que se encontraba más lejos en el pasillo, y salió de detrás de Jimen para inclinarse profundamente. “Togashi Satsu-sama,” dijo.

Satsu se paró y saludó con una inclinación a los tres Escorpiones. “Que os acompañen las Fortunas, amigos,” dijo. “Jimen-sama, Norachai-sama, es un placer veros de nuevo.”

“Somos nosotros los que nos sentimos honrados de encontrarnos con la Voz de la Emperatriz,” dijo Jimen, devolviendo la inclinación. “Hemos venido para presentar nuestros respetos a la Emperatriz y ofrecer nuestros servicios para cualquier tarea que requiera.”

Satsu asintió con la cabeza respetuosamente. “No tengo dudas de que la Emperatriz tendrá necesidad del Campeón Esmeralda y del Protector de la Ciudad Imperial, especialmente cuando los puestos están ocupados por individuos tan aptos como vosotros.”

“Eso espero, y estoy seguro que Norachai-san también,” dijo Jimen con mucha labia. “Tengo algunas cuestiones que quiero tratar con la Emperatriz. Son asuntos relativamente menores, pero de los que creo que merecen su atención.”

“Eso no será posible.” El tono de Satsu era genuinamente de pesar. “La Emperatriz no concede audiencias.”

Jimen pareció sorprendido, pero sólo durante un momento. “Y estoy seguro de que todos estamos de acuerdo en que es una decisión sabia, dados los antecedentes de traición contra el trono aún frescos en nuestra memoria. Como digáis, pero sin embargo, soy el Campeón Esmeralda.”

“Y no tengo ninguna duda de que si la Emperatriz requiere que alguien se bata en duelo en representación de ella, que se trate un asunto de aplicación de la ley, o que alguien lidere sus legiones en ausencia del Shogun, entonces ella apelará a vos, Jimen-sama, y vos realizaréis vuestro deber con la eficiencia que todo el Imperio ha llegado a respetar. Pero nadie ve a la Emperatriz a no ser que ella le convoque. Esas fueron sus palabras.”

Jimen consideró las palabras de Satsu. Norachai pudo ver que el Campeón Esmeralda estaba evaluando lo que ahora consideraba una nueva amenaza. “¿Y tú eres el único al que se le permite acceso no restringido?”

“La Divina Emperatriz me eligió como su Voz,” dijo Satsu. “Me eligió para llevar su palabra a su gente. Sólo aquellos que ella convoque específicamente pueden tener el privilegio de escuchar su divina voz. Esa es su voluntad, no la mía.”

“¿Y cómo podría saber alguien eso?” preguntó Jimen. “Tu palabra es todo lo que yo, o cualquiera de nosotros, tenemos para dar base a esa suposición. Imagina que tu puesto y el mío se intercambiaran. ¿Te sentirías cómodo con la posibilidad, aunque remota, de que un hombre ha usurpado el control del Imperio simplemente restringiendo el acceso a su soberano? Sé que la idea me incomoda enormemente.”

Satsu sonrió muy ligeramente. “Pon mi honor en entredicho si eso te complace,” dijo. “No me afecta en absoluto. Sin embargo, insinuar que tal acto contra la Dinastía Celestial es posible pone en entredicho la divinidad de la Emperatriz, y eso es algo que no permitiré.”

“Ya veo,” dijo Jimen. “¿Entonces cómo piensas ocuparte de tal cosa? ¿Desafiando a un duelo a su campeón personal porque ha cumplido con su mandato preguntando acerca de la seguridad y bienestar de la Emperatriz?”

Las facciones de Satsu se oscurecieron muy ligeramente, y Norachai agradeció que Hisoka interviniera. “Señores míos,” dijo con mucha labia, “Creo que todos nosotros estamos permitiendo que la pasión por nuestro trabajo nuble nuestros sentidos. ¿Puedo sugerir que quizás podamos discutir este asunto otro día? Estoy seguro de que cuando Jimen-sama hable con la Emperatriz en la corte comprenderá, como hemos hecho todos, que su voluntad no puede ser subordinada a la de otro. Y, Satsu-sama, confío en que llegaréis a comprender que el Campeón Esmeralda es nuestro aliado en nuestra defensa de la Emperatriz y su corte, y como tal no es merecedor de nuestra enemistad.”

Los dos hombres permanecieron mirándose el uno al otro impávidamente, y entonces Satsu se inclinó. “Perdonad que esté a la defensiva, Jimen-sama. No pretendía faltar el respeto a un hombre de vuestra posición.”

Asimismo Jimen se inclinó. “Me temo que soy un producto de mi época, Satsu-sama. He visto demasiados Emperadores llegar a un destino inmerecido. Si he sobrepasado mis límites, pido perdón por mi atrevimiento.”

Satsu sonrió. “Informaré personalmente a cada uno de vosotros cuando la Emperatriz tenga intención de reunir su primera corte. Como seguramente sabréis, Hisoka-san se ha encargado de que se celebre en Kyuden Bayushi este invierno, pero estoy seguro de que la Emperatriz realizará una breve sesión en el palacio antes de partir. Estoy seguro de que deseará conocer a aquellos que sirven en su nombre, como vosotros.”

“Gracias, Satsu-sama,” dijo Norachai, y vio como el hombre se marchaba.

“Perdona mi intrusión,” dijo Hisoka. “Sin embargo, te aseguro que Satsu no es un hombre que desees como enemigo, amigo mío. Ni el gran Shosuro Jimen disfrutaría las dificultades de la magnitud que traería.”

“No, hiciste bien en intervenir,” dijo Jimen. “Ahora Satsu se siente algo arrepentido por sus acciones, y te ve como a un colega más digno de confianza. Bien jugado, amigo.”

La sonrisa de Hisoka fue cálida. “Te aseguro que no tengo ni idea de lo que quieres decir.” Se inclinó. “Si me disculpáis, primos, tengo trabajo que hacer. Paneki-sama desea un listado de posibles asistentes tan pronto como sea posible, y espero tener uno preparado antes de que acabe el día. Que las Fortunas estén con vosotros.”

“Y contigo también,” dijo Norachai.

“Bueno eso fue desde luego interesante,” remarcó Jimen mientras los dos se marchaban. Parecía divertirse verdaderamente con todo el asunto. “Imagino que el entorno político aquí en la capital será mucho más divertido a partir de ahora. ¡Será muy ameno!” Miró por todo el pasillo para asegurarse de que no había nadie más cerca. “Ahora que te tengo cerca, Norachai, hay otro asunto que requerirá tus talentos únicos. Hay un mercader en la ciudad, indirectamente relacionado con los Ide, que ha estado interfiriendo con varios asuntos vitales del clan a lo largo de la frontera León. Tengo una idea de cómo tratar con él, y creo que es algo en lo que destacarás. Quizás podríamos discutirlo…”

“No.”

Jimen se detuvo, levantando una ceja. “¿Perdona?” dijo en voz baja.

“Nunca más,” dijo Norachai. “Fui un imbécil y un idiota por vender mi alma tan barata.” Miró hacia atrás a lo largo del pasillo donde se encontraban las habitaciones privadas de la Emperatriz. “Nunca más. Mi honor puede haber desaparecido, pero eso no significa que no pueda recuperarlo.”

En lugar de parecer enfadado, Jimen rió entre dientes. “No es posible que hables en serio. ¿Redención? ¿Tú?”

“Ya veremos,” dijo Norachai. “Si algunos de los objetivos de tu lista son criminales que operan o incluso residen en la Ciudad Imperial, dame sus nombres y haré que dejen de ser un problema. No porque me deshaga de ellos, sino porque habré ejercido mi deber y los haré responsables de sus acciones.” Hizo una pausa y miró la ciudad a través de una de las ventanas. “Limpiaré esta ciudad de todos los indignos de la presencia de la Emperatriz, aunque tenga que pegar fuego a barrios enteros para hacerlo. Seré el Protector de la Ciudad Imperial, quizás por primera vez.”

“Sabes,” meditó Jimen tras unos momentos de consideración, “había perdido toda la esperanza de que llegaras a encontrar ese acero escondido en tu interior.” Volvió a reír entre dientes. “¿Aquel día hace unos meses en que tuvimos nuestra … conversación? Me preguntaba si saldría a la superficie, o si se sumergiría para siempre. Creí que te habías echado a perder. Perfectamente habría estado bien, de verdad, ya que he disfrutado de un peón con tu habilidad. Ahora. Sin embargo,” se apagó su voz. “Ahora supongo que tendremos que ver lo que sale de esto.”

“Eso supongo.”

Los dos hombres continuaron a lo largo del pasillo. Tras una corta distancia, increíblemente, Jimen empezó a murmurar una alegre melodía. “Realmente ha sido un día fantástico. No recuerdo haber sido sorprendido tantas veces en un mismo día.”

El enfado afloró a la superficie de la mente de Norachai. “La vida no es un juego, Jimen-sama.”

“Y ahí es donde te equivocas,” corrigió el Campeón Esmeralda. “Cuando lo comprendas, cuando realmente lo comprendas, ese día habrás alcanzado tu verdadero potencial, Norachai.”

“Gracias, Satsu-sama,” dijo Norachai, y observó como se iba el hombre.

“Perdona mi intrusión,” dijo Hisoka. “Pero te aseguro que Satsu es un hombre al que no deseas tener de enemigo, amigo mío. Ni siquiera el gran Shosuro Jimen disfrutaría de la magnitud de dificultad que eso conllevaría.”

“No, estuvo bien que intervinieras,” dijo Jimen. “Satsu ahora se siente algo arrepentido de sus acciones, y te mira como a un colega en el que se puede confiar algo más. Estuvo bien jugado, amigo.”

La sonrisa de Hisoka era de amabilidad. “Estoy seguro de que no tengo ni idea de lo que quieres decir.” Se inclinó. “Si me perdonáis, primos, tengo cosas de las que ocuparme. Paneki-sama desea tan rápido como sea posible una lista de potenciales asistentes, y espero tenerle una preparada antes de que acabe el día. Que las Fortunas os acompañen.”

“Y a ti también,” dijo Norachai.

“Bueno, eso ha sido interesante,” remarcó Jimen mientras los dos se iban. Parecía genuinamente divertido por todo el asunto. “Me imagino que el entorno político aquí en la capital se volverá bastante más divertido a partir de ahora. ¡Será muy entretenido!” Miró por el pasillo para asegurarse que no tenían a nadie cerca. “Ahora que estás aquí, Norachai, hay otro asunto que requerirá de tus especiales talentos. Hay un patrón de mercaderes en la ciudad, que está ligeramente afiliado con los Ide, y que ha estado interfiriendo en bastantes asuntos vitales para el clan en la frontera León. Tengo una idea de cómo hay que hacerlo, y creo que es algo en lo que brillarías. Quizás podemos hablar de ello ante unas…”

“No.”

Jimen se detuvo, levantando una ceja. “¿Qué?” Dijo en voz baja.

“No más,” dijo Norachai. “Fui un estúpido y débil mental para vender tan barata mi alma.” Miró pasillo abajo, hacia donde estaban las habitaciones privadas de la Emperatriz. “No más. Puede que haya perdido mi honor, pero eso no significa que no pueda recuperarlo.”

Al contrario que parecer enfadado, Jimen se rió. “No es posible que hables en serio. ¿Redención? ¿Tú?”

“Ya veremos,” dijo Norachai. “Si alguno de tu lista es un criminal operando o residiendo temporalmente en la Ciudad Imperial, entonces dame sus nombres y dejarán de ser un problema. No porque haga que desaparezcan, sino porque habré ejecutado mis obligaciones y se juzgado por sus acciones.” Se detuvo y miró por una de las ventanas a la ciudad. “Limpiaré esta ciudad de todos los que no sean dignos de la presencia de la Emperatriz, aunque tenga que quemar barrios completos para hacerlo. Seré el Protector de la Ciudad Imperial, quizás por primera vez.”

“Sabes,” musitó Jimen tras considerarlo un momento, “había abandonado la esperanza de que alguna vez encontrases ese acero que estaba oculto en ti.” Se volvió a reír. “Ese día, hace unos meses, cuando tuvimos nuestra… ¿conversación? Me pregunté si alguna vez aparecería o quedaría sumergido para siempre. Pensaba que te habías perdido. La verdad es que eso no hubiese importado, porque he disfrutado teniendo un peón de tus habilidades. Pero ahora,” se calló. “Ahora tendremos que ver lo que saldrá de esto.”

“Supongo que si.”

Los dos continuaron por el pasillo. Increíblemente, cuando habían caminado una corta distancia, Jimen empezó a tararear una alegre cancioncilla. “Este ha sido un día fantástico. No pudo recordar verme sorprendido tantas veces en un solo día.”

La ira se asomó a la superficie de la mente de Norachai. “La vida no es un juego, Jimen-sama.”

“Y ahí es donde te equivocas,” le corrigió el Campeón Esmeralda. “Cuando lo entiendas, verdaderamente lo entiendas, en ese día habrás alcanzado tu verdadero potencial, Norachai.”