Viejas Rivalidades

3ª Parte


por Shawn Carman
Ayudado por Fred Wan

 

Traducción de Mori Saiseki

            Desde el amanecer del Imperio, León y Grulla han estado enfrentados. La Mano Derecha del Emperador y la Mano Izquierda del Emperador nunca han opinado lo mismo, y esa ensangrentada lucha que empezó con Kakita y Matsu ha continuado casi sin descanso durante más de mil años.

Hasta ahora.

Los primeros y dolorosos pasos fueron dados por los anteriores campeones Matsu Nimuro y Doji Kurohito. Aunque nunca fueron amigos, los dos se respetaban como guerreros, y quizás ansiaban el día en que se podrían enfrentar en combate y verdaderamente tomarse la medida. Pero desgraciadamente, ese día nunca llegó, y ambos han pasado con gran honor a la vida ulterior. En su lugar, Ikoma Otemi y Doji Domotai han abrazado la paz que ambos hombres empezaron.

Pero no todos ansían tanto la paz.

Ikoma Masote era un belicista magistrado que tenía un plan. Descubrió evidencias de traición cometida por parte de la esposa de Kurohito, y retuvo esta información hasta que el revelarla tuviese un gran impacto político. Doji Akiko fue asesinada a manos de su esposo, y Kurohito la siguió a la muerte. Su hija Domotai sacó a la luz las intenciones de Masote para elevar su poder e influencia, y que había retenido información sobre una traidora en la corte del Emperador durante meses esperando labrarse un nombre. Por su traición, Ikoma Otemi le ordenó a la muerte de un cobarde, y la propia Doji Domotai fue la que dio el golpe de gracia.

Matsu Robun era uno de los yoriki de Masote, y siente la vergüenza de la muerte de su señor. Evitó la desgracia de Masote, y siente que el leal León no hizo otra cosa que un gran servicio al Emperador al descubrir ante la corte a la traidora Akiko. Que los Grulla hayan llegado tan lejos para desacreditar y ejecutar a Masote es casi una traición, una burda venganza lanzada a la cara de la justicia del Emperador. Ha sido una mezquina vendetta política, y debe ser limpiada con sangre.

Kakita Osei es una patriota. No sabía cuales eran las intenciones ni actividades de Akiko, solo que debían ser escondidas de los muchos enemigos de los Grulla. Ella fue la que consiguió la protección para la caravana de Akiko, y fue su vergüenza que Masote pudiese quedarse con la caravana. A pesar de su horror por las acciones de Akiko, Osei aprendió hace mucho tiempo que su honor no es nada comparado con el de su clan, y ella lo sacrifica voluntariamente. Ahora, habiendo sido tratado adecuadamente el asesino Masote, ella debe acabar de esconder la vergüenza de su clan de una vez por todas.

 

           

Shiro no Yojin era un castillo con una sangrienta historia. Durante siglos, había sido una de las regiones más disputadas del Imperio, con León y Grulla apenas estando más de una generación sin derramar sangre por su posesión. Con la cercana Toshi Ranbo transformada en la Ciudad Imperial, Shiro no Yojin era el único lugar de verdadera hostilidad en la frontera compartida por los dos clanes. Ahora que se había hecho la paz entre ambos, era un lugar relativamente tranquilo donde samuráis de los dos clanes podían caminar con libertad.

Matsu Robun iba como una furia por las calles, mirando en todas direcciones. Aquellos que no le conocían se mantenían alejados, ya que estaba claro que el hombre estaba muy agitado. El sol estaba empezando a esconderse tras el horizonte, pero su frenética búsqueda no remitía.

Ahí. Entrevió algo azul y blanco metiéndose en un callejón. ¿Podría ser su presa? No se atrevía a tener esa esperanza. El guerrero corrió hacia el callejón, doblando dos esquinas antes de encontrarse con un fondo de saco. Maldijo, y después escuchó un sonido tras él. Se giro para enfrentarse a su presa, la Grulla llamada Kakita Osei.

“Hola, Robun-san,” dijo en voz baja la mujer.

“Te he estado buscando,” dijo Robun con un gruñido. “Tu y los de tu tipo sois los responsables de la muerte de Masote-sama.”

“Soy responsable de muchas cosas,” dijo en voz baja Osei. “La muerte de Masote no está entre ellas.”

“Mentiras,” contestó Robun. “Masote-sama sirvió al Emperador al descubrir a tu señora. Era un hombre honorable. Vosotros Grulla, todos vosotros, me ponéis enfermo. Asesinasteis a un hombre por venganza y lo llamáis honor.”

“No,” dijo Osei. “No debo cuestionar los motivos de Domotai-sama, ¿pero cuantos León han ido a la guerra por desaires contra sus ancestros? Tu señor podría haber revelado su descubrimiento hace meses, pero en vez de eso esperó hasta que el Emperador le pudiese escuchar. No estaba interesado en sacar al descubierto la traición. Masote quería avergonzar a los Grulla y ganarse el favor del Emperador. Era un belicista que solo se servía a si mismo, nada más.”

“¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a pronunciar su nombre calumniándole?”

Osei agitó su cabeza. “No escuchas.”

Robun desenvainó su espada. “¿Estás preparada para la muerte?”

“Lo estoy,” dijo ella. “Si la muerte es la tuya, entonces todo esto acabará. Si es mi muerte, entonces quizás tu ansia de sangre estará saciada y nuestros clanes pueden continuar hacia la paz sin estúpidos como tu y yo.”

Robun dudó un momento, y luego asintió. “Respeto a un guerrero que no tema a la muerte. Al menos en eso tienes honor.”

Osei se rió. “¿Honor? Perdí mi honor hace mucho tiempo. Lo sacrifiqué por mi clan sin dudarlo ni remordimientos, pero descubrí que algunos de los actos que me fueron requeridos que hiciese no ayudaban a los Grulla ni al Emperador, si no al Gozoku. Por ello estoy llena de vergüenza. Te mataré, si puedo, pero si no es así, entonces no tengo nada que temer. Doy la bienvenida a la redención en la próxima vida.”

El León blandió su espada. “Es bueno que hayas aceptado tu destino.”

Osei sonrió levemente y desenvainó su espada. “Aceptar una posibilidad y aceptar que es inevitable son cosas muy distintas. No planeo morir.”

Los dos samuráis estaban frente a frente con las espadas desenvainadas, inmóviles. Los segundos se convirtieron en minutos, y los minutes casi en una hora. El anochecer se volvió en oscuridad total, solo rota por la titubeante luz de las antorchas del cercano castillo. Finalmente, ambos atacaron.

Dos hojas relucieron en la noche, sus perfectas almas de acero capturando incluso el más tenue brillo de la luz que les rodeaba. Robun siseó de dolor, pero Osei no dijo nada, prietos sus labios en una delgada línea blanca. Los dos guerreros pasaron el uno junto al otro, cada uno sujetando una ensangrentada espada. Una gran sección del do-maru de Robun cayó al suelo, y un fragmento de su mempo cayó también al suelo, roto. Osei no llevaba armadura, pero, lentamente, en su kimono se extendió una mancha de un profundo carmesí.

La Grulla se volvió hacia su adversario. “¿Ahora ya ha acabado?” Susurró.

Él asintió, limpiándose la sangre del profundo corte que tenía en la mejilla. “Si.”

Osei asintió a su vez. “Gracias.”

Y cayó muerta a suelo.

Robun se quedó inmóvil durante unos momentos, sin decir nada. La sangre escurría de su pecho y cara al suelo. Después de un rato, se arrodilló y ofreció una oración, luego se puso en pie y caminó hacia la oscuridad de la noche.