Viejas Rivalidades

4ª Parte


por Shawn Carman
 

Traducción de Mori Saiseki


Ryoko Owari Toshi


            Ninguna ciudad en el Imperio tiene tal reputación. Es la ciudad del vicio, la ciudad de las mentiras, una ciudad de relatos y una ciudad de ley. Los Escorpión y los Unicornio han luchado por su posesión desde hace generaciones, con uno logrando el control solo para perderlo ante el otro una y otra vez. Parecía que el círculo continuaría con la misma intensidad durante décadas hasta que un acuerdo entre el siempre ambicioso Khan y el Maestro de los Secretos finalmente otorgaron el gobierno de la ciudad al Escorpión. El Clan de los Secretos controla la Ciudad de las Mentiras, ahora y siempre.

La decisión ha tenido su oposición. El honorable gobernador Unicornio, Shinjo Osema, pidió en numerosas ocasiones al Khan que reconsiderase su decisión, pero el Khan rehusó. Pero Chagatai si permitió a los Shinjo a que mantuviesen sus posesiones en la ciudad, y por lo tanto una fuerte presencia Unicornio en la ciudad.

Moto Ogedei es un hombre desagradable. Disfruta pasar sus permisos en la Ciudad de las Mentiras, bebiendo sake hasta saciarse y metiéndose en la ocasional reyerta con cualquiera lo suficientemente desafortunado como para llamar su atención. Tiene la reputación de ser un jactancioso y un gamberro, y así es como él desea que sea. Su verdadero propósito es reunir información para el Khan sobre el hampa de la ciudad. Nada ilícito se mueve por la ciudad sin que Ogedei intente descubrir su origen, su composición, y su destino.

Bayushi Moyotoshi sirve a su señor en la manera en que lo hace un verdadero Escorpión. Se ocupa de los problemas de una forma que es permanente y discreta, y nunca nadie conecta estos desagradables actos con los Escorpión. Ahora, ciertos elementos del Clan Escorpión han decidido que Ogedei es un problema, y han enviado a Moyotoshi para que se ocupe del asunto.

 

           

Ryoko Owari Toshi, el Barrio de Pescadores

 

            Describir un establecimiento como El Viajante Cansado como un hostal es una completa equivocación. Una descripción más precisa sería describirlo como un viejo y decrépito edificio donde hombres demasiado borrachos como para seguir estando de pie caían amontonados y dormían hasta el mediodía del día siguiente. Moto Ogedei sonrió al pensarlo mientras tropezaba, subiendo las escaleras hacia su habitación. Su aparente estupor era en mayor parte una actuación, por supuesto, ya que hacía mucho tiempo que había desarrollado una tolerancia parecida a la de los Cangrejo hacia le aguachirle que los Escorpión llamaban sake. Pero las apariencias eran importantes.

Mientras el inmenso Unicornio se tambaleaba hacia su habitación, su mente daba vueltas a las cosas que había descubierto en las últimas noches de jolgorio. Sentía que estaba cerca, muy cerca, de descubrir la identidad del criminal Escorpión que estaba distribuyendo narcóticos ilícitos en las provincias Unicornio del sur. Todo lo que necesitaba era un nombre. Al Khan le importaban poco las pruebas, y cuando Ogedei le diese un nombre, sabía muy bien cuales serían sus órdenes. El criminal moriría por sus crímenes, y de mala manera. Aunque no fuese el que supervisaba la distribución, su muerte serviría de ejemplo. Ogedei sonrió al pensarlo. Entró en su oscura habitación y cogió una botella de sake abandonada allí la noche anterior. Lentamente se la subió a los labios…

…y luego se giro y se la lanzó a la ensombrecida figura que esperaba en la esquina oscura de la habitación. La figura corrió de un lado a otro, deteniéndose sobre un gran arcón que había en la esquina contraria. “Mis felicitaciones,” dijo el hombre vestido de negro. “Muy pocos me han detectado antes de que yo decidiese mostrarme.”

“Muy pocos,” gruñó Ogedei, desenvainando una larga espada de su espalda. “Apuesto que seré el primero en matarte.”

La sombra se rió. “¿Es eso lo que pasa por humorismo en las tierras Moto? No me extraña que vinieses aquí para escapar.”

Ogedei gruñó y saltó hacia su adversario, pero el Escorpión era demasiado rápido. Bayushi Moyotoshi saltó con facilidad por encima de la espalda del Unicornio que embestía, pisando su cabeza al hacerlo y forzando la cabeza del guerrero contra la superficie de madera del arcón donde hasta hacía unos instantes había estado. Ogedei gruñó de dolor y rugió como una bestia salvaje. “Sufrirás, y también lo harán tus señores.”

“El único sufrimiento que soportaré son los breves momentos en que estaré en tu compañía,” dijo secamente Moyotoshi. Evadió otra carga mientras el Unicornio, cuyos reflejos estaban más embotados de lo que quería creer, chocaba pesadamente contra la pared, hacienda que surgiese un grito de irritación de la habitación contigua.

La exhibición, casi una comedia, siguió durante un minuto o dos más, con el supuesto asesino diestramente evitando los ataques de su objetivo, y en el proceso el Unicornio destruyendo casi todo lo que había en la habitación. Finalmente, un enfurecido Ogedei gritó “¡Cobarde! ¿Tienes miedo de enfrentarte a mi?”

“No,” dijo Moyotoshi con la misma voz baja. “Simplemente no necesito hacerlo.”

“¿Qué?” Aulló Ogedei.

“Es algo simple, lo que para ti es afortunado,” dijo Moyotoshi. “En los últimos diez días, y cada día, he puesto una pequeña porción de veneno en tu sake. Después del de hoy, finalmente tienes una dosis letal en tu cuerpo, pero para que surtiese efecto, debías hacer mucho ejercicio, algo que acabas de hacer.”

La entrecortada respiración de Ogedei se detuvo repentinamente, su mano temblorosa mientras se limpiaba el sudor de su frente. “Eso es ridículo,” dijo. “¿Quién tramaría algo tan enrevesado?”

“Es verdad que es enrevesado,” admitió Moyotoshi, sin bajar su guardia. “Pero este veneno no puede ser detectado de ninguna forma, y su amargo sabor necesita que sea dispersado para evitar su detección. Ahora, morirás, y se supondrá que tus excesos simplemente se cobraron su peaje en tu cuerpo. Un final trágico para un guerrero tan bueno.”

“¡Estúpido!” Gritó Ogedei, lanzándose hacia el Escorpión. Pero en mitad del salto, se tambaleó, se agarró el pecho, y cayó al suelo. Se retorció de dolor durante un instante, su cara totalmente pálida.

“La parte que encuentro más divertida,” susurró Moyotoshi, “es que no hay evidencia alguna de que yo haya estado en esta habitación. No he causado heridas, ni dejado rastro alguno de mi paso. Se asumirá que estabas tan borracho que alucinaste, y tu corazón cedió ante el esfuerzo.” Se detuvo. “¿Estarán tus hijos orgullosos de ti, o gran Puño del Khan?”

Ogedei gruñó débilmente e intentó agarrar al asesino, pero no pudo.

“Espero que ellos, al menos, sean lo suficientemente sabios para dejar tranquilo al Escorpión con sus propios asuntos,” dijo Moyotoshi, cruzando la habitación hasta la pequeña ventana. “Si lo son, entonces podrán vivir hasta ver el monasterio. Al contrario que tu. Adiós, Moto Ogedei. Mientras mueres, recuerda, por favor, que solo has sido poco más que un fastidio.”

Bayushi Moyotoshi se deslizó a través de la ventana hasta la fría noche de Ryoko Owari Toshi. Moto Ogedei dio un último espasmo, y se quedó inmóvil.