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por Shawn Carman

Editado por Fred Wan

 

Traducción de Bayushi Elth

Shiro sano Ken Hayai, provincias León

 

El verano en las llanuras era complicado. Había pocas formas de huir del calor, e incluso cuando el viento soplaba y corría a lo largo de las interminables llanuras de altas hierbas, era tan caliente que era como estar junto a una hoguera. Afortunadamente, los samurai León eran entrenados desde los primeros días en el dojo para soportar aquellas dificultades. Las tierras León eran templadas la mayor parte del año, pero con cortos periodos de horrible calor en verano, y más largos periodos de entumecedor frío en invierno.

Mientras cabalgaba a través de las puertas del Castillo de la Espada Rápida, Akodo Shigetoshi anotó mentalmente que debería recomendar al sensei maestro del dojo por su insistencia sobre aquel entrenamiento. Había visto de primera mano su efectividad no hacía demasiado tiempo, cuando él y sus hombres habían estado destacados en la frontera Dragón durante el invierno.

Dos sirvientes se aproximaron mientras el Campeón del León desmontaba, y tomaron las riendas sin ningún comentario. Otra figura se aproximó, ésta vestida como un oficial del ejército León. Se inclinó visiblemente. “Saludos, mi señor. No os esperábamos hasta dentro de una hora.”

“Viajo más rápido en solitario,” dijo Shigetoshi.

El hombre miró a su alrededor. “¿Y vuestra guardia de honor?”

“No necesito guardias en tierra León,” replicó. “Permanecen vigilando las puertas de Shiro Akodo, donde sirven con honor. Si quiero viajar puedo convocarlos, pero un Campeón que no puede defenderse por sí mismo en las tierras de su clan no merece serlo.” Echó un vistazo a su alrededor. “¿Donde está Nakama?”

“Tenía obligaciones en otro lugar de la provincia,” replicó el hombre. “Aun así, pretendía estar aquí cuando llegarais, por supuesto. Estoy seguro de que llegará en breve. Soy Akodo Katsumoto, mi señor. Estaré honrado de realizar cualquier tarea que requiráis hasta la vuelta de Nakama-sama.”

“Katsumoto,” dijo Shigetoshi, pensando un momento. “Taisa de la Trigésimo Tercera Legión, ¿correcto?”

“Hai,” dijo el soldado con una reverencia. “Me siento enormemente honrado de que hayáis escuchado mi nombre aunque sea de pasada, mi señor.”

“¿Han llegado ya los invitados?” preguntó el Campeón.

“Hai, mi señor,” respondió Katsumoto. “El representante del Unicornio llegó ayer por la tarde, y el representante de la Grulla temprano esta mañana. Según vuestras instrucciones han sido asignados a los alojamientos de invitados y os esperan en la balconada del jardín con vistas al patio.”

“Infórmales que estaré con ellos en cuestión de momentos,” dijo Shigetoshi. “Necesito solo un momento para refrescarme tras el largo viaje.”

“Por supuesto, mi señor.”

“¡Shigetoshi!”

El grito provenía de algún punto en el patio, y el Campeón León se giró en aquella dirección con el entrecejo fruncido. Era un grito enfadado, sin respeto ni decoro, y no se le ocurría ningún León que pudiera comportarse de aquella forma fuera de un campo de batalla. Y no había sonido de batalla. El grito se produjo de nuevo, pero fue cortado a medias por algo parecido a un golpe desarmado. “¿Qué significa todo esto?”

El rostro de Katsumoto estaba enrojecido por la furia. “Por favor, perdonadme, mi señor. Ordené que el prisionero fuera retirado de estas dependencias antes de vuestra llegada, pero...”

“He llegado antes, sí,” dijo, cortando al otro con un rápido gesto. “¿Prisionero?”

“Un ronin, atrapado merodeando por la ciudad,” dijo Katsumoto. “Disculpadme, mi señor, me ocuparé de este asunto.”

“Ha gritado mi nombre,” observó el Campeón. “Desearía hablar con él.”

El oficial parecía desear lo contrario, pero no lo dijo en voz alta. “Por aquí, mi señor.”

El ronin se revolvía con fiereza, pero era evidente de que estaba superado por los dos grandes hombres que lo sujetaban. La sangre goteaba de la parte derecha de la boca del hombre-ola donde evidentemente había sido golpeado, probablemente para prevenir más gritos. “Quietos,” ordenó Shigetoshi, y el ronin se detuvo. “¿Quién eres?”

“No tengo nombre,” escupió el joven. “Ya no. ¡Tú me lo robaste!”

Shigetoshi estudió el rostro del hombre cuidadosamente, y meneó la cabeza. “Nunca nos hemos visto.”

“¡Eso no importa!” el ronin estaba casi gritando. “¡Tú me lo arrebataste todo!”

“Si quieres conversar, me parece bien.” dijo el Campeón. “Pero vuelve a gritarme estupideces imprecisas, y nuestra conversación habrá terminado.”

El ronin respiraba ahora con dificultad, y se humedeció los labios. “Mi abuelo era un ronin,” dijo gélidamente.”Sirvió a un señor del Unicornio durante tres décadas, y su recompensa fue que a su hijo, mi padre, se le permitiría jurar fidelidad. Mi padre y yo servimos ambos con honor y distinción, ¡y entonces llegó el León! ¡Lo destruisteis todo! ¡Nuestro hogar! ¡Nuestra tierra! ¡El señor al que servíamos! ¡No ha quedado nada! ¡Nada!”

“Si tiras todo lo que tu familia ha conseguido por la borda, sólo por una venganza infantil, entonces eres el único al que debes culpar de tu desgracia,” dijo Shigetoshi. “No aceptaré la carga de ser culpable de tu estupidez.”

“¡Lo destruiste todo!” gritó el ronin. “¡Todo aquello por lo que mi abuelo trabajó está en ruinas por tu culpa!”

Shigetoshi se giró hacia Katsumoto. “¿Dónde están las espadas de este hombre?”

Katsumoto tomó un paquete de tela de uno de los dos hombres que sujetaban al ronin y se lo ofreció a su Campeón. Shigetoshi lo desenvolvió, y lo examinó cuidadosamente. “Estas son espadas de primera calidad. Estoy seguro de que tu abuelo las blandió con honor. Una lástima que las hayas avergonzado por completo.” Lanzó las espadas al suelo entre él y el ronin. “Soltadle.”

Katsumoto le miró incrédulo. “¿Mi señor?”

“Soltadle,” repitió Shigetoshi, su tono más firme. Los guardias obedecieron, y el ronin le miró interrogativamente. Sus ojos iban de las espadas a Shigetoshi. “Si aún te queda algún rastro del honor de tu abuelo,” dijo tranquilo, “entonces coge estas espadas y vuelve a tierras Unicornio. Ruega al Khan que te permita tomar tu propia vida, para que de esa forma puedas limpiar la mancha que has traído hacia la memoria de tu familia.” Hizo un gesto hacia las espadas. “Si deseas incrementar tu estado de desgracia, entonces... cógelas y enfréntate a mi ahora.”

Hubo un largo y silencioso minuto de duda, y por el mínimo momento, Shigetoshi pensó que quizás aceptara su consejo y tomara el camino honorable. Pero el hombre profirió un gruñido y se zambulló, rodando sobre sus espadas y volviendo a ponerse de pie con una en su mano. “¡Muerte a...”

Shigetoshi sacudió la sangre de su espada y la devolvió a su saya. El hombre cayó al suelo, muerto, sin haber podido completar su grito de guerra.”Haced que limpien esto inmediatamente,” ordenó. “Tenemos invitados.”

“Hai, mi señor. ¿Y las espadas?”

“Devolvédselas al Unicornio.”

Katsumoto asintió. “¿Que queréis que les digamos, mi señor?”

“La verdad,” replico Shigetoshi. “un ronin tomó las espadas de tierras Unicornio durante las batallas que allí se libraron. Ha sido ejecutado, y se las devolvemos.” Se detuvo mientras limpiaba el polvo de la armadura. “Estarás de acuerdo conmigo en que no hay necesidad de avergonzar al nuevo Khan sin ningún motivo.”

“Así es, Shigetoshi-sama.”

“Bien entonces,” dijo el Campeón. “Informa a nuestros invitados de que estaré con ellos en media hora.”

 

           

El jardín del Castillo de la Espada Rápida sólo podía denominarse así si el que hablaba era generoso. En general el León veía poco uso para tales trivialidades, y aún menos en una importante instalación de formación y defensa como aquella. Aun así, había momentos en los que incluso los más grandes soldados y líderes necesitaban un momento para recordar el tipo de vida por el que estaban luchando, y en ese aspecto el exiguo jardín no era menos placentero que otros de tamaño considerable.

“Estoy seguro de que no soy el primero en decíroslo,” dijo Shigetoshi mientras emergía del jardín a la balconada que dominaba el patio, “pero sed bienvenidos a tierras León. Estamos encantados de teneros como invitados.”

Dos hombres se pusieron en pie, se giraron y se inclinaron, un gesto que Shigetoshi repitió educadamente. Ninguno de ellos era en absoluto lo que había estado esperando, aunque por diferentes motivos. Se giró primero hacia el Grulla. “Los Akodo están encantados de acoger a un representante de sus mayores aliados.” Miró al hombre un momento. “Me disculparéis si os digo que esperaba a alguien... más joven.”

El Grulla, que parecía casi de la edad de Shigetoshi, sonrió cálidamente. “La señora Domotai decidió que una oportunidad para estudiar en el Colegio de Guerra Akodo no debería ser desperdiciada en alguien más joven que pudiera no demostrar aptitud para ello.”

Shigetoshi asintió. “Poco convencional, pero ciertamente sabio. ¿Nos hemos visto antes?”

“Sólo en una ocasión,” respondió el Grulla. “Hace años, antes de que Toshi Ranbo se convirtiera en la Ciudad Imperial, nos encontramos allí, en el campo de batalla durante una escaramuza. Ambos éramos mucho más jóvenes, obviamente.”

El Campeón León pensó por unos segundos. “Un Chui. Usasteis una finta, con arqueros. Fue bastante efectiva, si me permitís.”

“No lo suficiente,” dijo el Grulla. “Vencisteis aquel día, a pesar de ello.” Se inclinó de nuevo. “Soy Kakita Nakazo. Es para mi un placer estudiar con vos.”

“Así es, Nakazo-san,” dijo Shigetoshi. “Perdonadme por no relacionar vuestro rostro con vuestro nombre. Debo confesar de que estoy sorprendido de que no os encontréis en el frente de la batalla con el Cangrejo.”

“Los Daidoji tienen el asunto bien controlado por ahora,” replicó Nakazo. “En caso de que la intervención de mis fuerzas sea requerida, quizás pueda contar con nuevas estrategias que utilizar contra ellos.”

Shigetoshi sonrió y se giró hacia el joven Unicornio. “Bienvenido,” fue todo lo que dijo.

“No me recordáis,” dijo el joven, visiblemente desdeñoso.

“Shinjo Dun,” dijo Shigetoshi a su vez. “Capitán de la guardia de Shiro Shinjo.”

Dun parpadeó sorprendido. “Ya... veo.”

“Estoy sorprendido de que hayáis aceptado una asignación a un puesto como éste,” continuó el Campeón. “Vuestros sentimientos hacia mi eran bastante evidente la primera vez que nos encontramos.”

“¿No enseñaría un Akodo que hay que conocer al enemigo?” preguntó Dun.

“No soy vuestro enemigo.”

“No ahora,” dijo el joven. “¿Quién puede ver el futuro?”

“Aquel hombre del patio tampoco pudo ver el futuro,” contraatacó Shigetoshi. “No permitáis que la ira os consuma como hizo con él.” Se giró hacia Nakazo y le favoreció con una sonrisa, y entonces se dirigió hacia ambos. “Seréis tratados como invitados, noble gente, y se os proporcionará cualquier comodidad que deseéis, pero en todos los demás aspectos seréis tratados como cualquier otro estudiante. Es imperativo que tengáis esto claro desde el principio.”

“Entendido,” respondió Nakazo.

“Preferiría ser alojado con el resto de estudiantes,” dijo Dun.

“Por supuesto,” replicó el Campeón. “Te recuerdo, joven, que estarás estudiando, practicando, comiendo y durmiendo entre Leones durante meses. Tu vida no tiene por qué ser difícil, pero fácilmente podrás complicártela.” Se inclinó bruscamente. “Debo atender otras obligaciones, pero hablaré con cada uno de vosotros antes de mi partida del castillo. De nuevo, bienvenidos.”

 

           

“¿Estás asignado aquí indefinidamente?”

Katsumoto asintió mientras ambos hombres caminaban por los corredores del castillo. “Hasta donde sé, Nakama-sama no tiene planes de alterar la distribución de las fuerzas en esta zona, mi señor.”

“Entonces te hago responsable personalmente de vigilar que el muchacho Unicornio no sea maltratado por el resto de estudiantes,” dijo Shigetoshi. “Necesita tiempo para superar su ira, y el abuso del resto de jóvenes hará poco por ayudarle. Cualquiera que viole este dictado será severamente castigado. ¿Entendido?”

“Por supuesto, señor. Me ocuparé de ello en persona.”

“Muy bien.”

“Hay otro asunto, mi señor.” dijo Katsumoto. “Estoy... me cuesta mencionarlo, dado que parece inapropiado de algún modo, pero se que deseáis manteneros informado de todos los problemas familiares, sin importar cuan atípicos sean.”

“Correcto,” dijo Shigetoshi. “Proceded.”

“El antiguo Unicornio no era el único viajero no identificado que tenemos bajo custodia. Como él, hay una mujer que declara tener asuntos que tratar con vos. Al contrario que él, ella se presentó por los canales apropiados. Me gustaría que prestarais atención a esta mujer por algo que posee.”

Shigetoshi enarcó una ceja. “¿De qué se trata?”

“Papeles,” respondió el hombre más joven. “La identifican como una oficial en una organización llamada Legión de los Dos Mil.” Además tiene una copia de una carta Imperial que garantiza a esta Legión estatus oficial, pero es una copia extremadamente antigua que data de la época de Toturi I.”

“Ah,” dijo Shigetoshi. “Se ha convertido en algo bastante interesante.” lo pensó por un momento. “Hazla traer a la cámara de tácticas.”

Katusmoto dudó por un momento, una indicación de sorpresa mayor que la de un oficial altamente disciplinado permitiría normalmente, e inclinó su cabeza. “Como deseéis, mi señor.” Se retiró de la ruta que estaba siguiendo Shigetoshi, rumbo a los establos.

La sala de tácticas del Castillo de la Espada Rápida era incluso mayor y más elaborada que la existente en Shiro Akodo. Mientras Shiro Akodo era el centro de coordinación táctica para la Ciudad Imperial y la frontera León-Grulla, el Castillo de la Espada Rápida era responsable de la frontera León – Unicornio y de la pequeña cantidad de tierras al norte que separaban los territorios del León y el Dragón. A pesar de ello, las habitaciones aquí contenían detalladas representaciones del resto de fronteras León, incluidas aquellas cubiertas por Shiro Akodo y por la defensa Matsu del Paso Beiden. El Castillo de la Espada Rápida era el mayor de los dojos Akodo, después de todo, y muchos de los más brillantes tácticos del clan habían sido entrenados allí. Un estudiante que se graduase del más augusto dojo estaría completamente informado de todos los frentes del León, y mientras Shigetoshi respirara, aquella tradición no cambiaría nunca.

Shigetoshi se dejó absorber por la evaluación de la fuerza de las tropas y su despliegue, haciendo una serie de anotaciones mentales para la reorganización de los frentes mientras revisaba la serie de mesas, todas ellas cubiertas con mapas. Acababa de completar la revisión del frente norte, cuando escuchó arrastrar los pies a alguien levemente, y de forma educada, en la entrada. “Hazla entrar, Katsumoto,” dijo.

“Hai, mi señor,” replicó el oficial. Se retiró y una sorprendentemente pequeña mujer entró en la habitación. Echó un rápido vistazo, mostrando poco interés, sugiriendo que no estaba acostumbrada a refinamientos, ni siquiera aunque estuvieran a su alcance. Aun así, sus espadas eran de una calidad indiscutible, y estaban dispuestas en una posición de duelo apropiada, por lo que no era, en realidad, la desmarañada ronin por la que, aparentemente, quería que la tomaran los demás.

“No es habitual en mi reunirme con ronin,” dijo Shigetoshi rotundamente. “Sin embargo, debo admitir que vuestros papeles son bastante impresionantes. ¿Que garantías tengo de que no han sido robados?”

“No me dedico a robar,” dijo la mujer con calma. “Y, en el caso de que lo hubiera hecho, ¿qué clase de estúpida ridícula sería si los usara para conseguir una audiencia con uno de los más peligrosos hombres del Imperio?”

“Eso es algo más frecuente de lo que pareces pensar,” replicó Shigetoshi. “Ya he liquidado a un estúpido ridículo esta mañana, como imagino que sabrás.”

La mujer asintió. “Ver la mente de un hombre tan rota es... es algo desafortunado. Le hicisteis un favor. Si hubiera vivido por más tiempo, no habría hecho más que acumular más deshonor sobre la memoria de su familia.”

El Campeón León enarcó una ceja y afirmó apreciatívamente. “¿Cuál es vuestro nombre y rango?”

“Soy Utagawa, taisa de la Legión de los Dos Mil.”

“Había oído que la Legión había sido restaurada,” reconoció Shigetoshi. “Uno de mis comandantes era anteriormente un ronin, y tenía conexiones en vuestro... gremio. Sin embargo, debo admitir que soy incapaz de deducir el propósito de vuestra audiencia conmigo.”

Utagawa hizo una reverencia formal. “Estoy aquí para entregar el apoyo de la Legión a los intentos del León para asegurarse el trono de Rokugan.”

Shigetoshi levantó la mirada desde un mapa, donde estaba examinando la zona del Paso Shamate. “¿Qué?”

“Estoy convencida de que me habéis escuchado correctamente, Akodo-sama,” dijo Utagawa.

El Campeón del León se quedó en silencio por un momento. “¿Qué clase de respuesta esperáis de mi al realizar dicha afirmación, que el León busca el trono?” preguntó. “Somos la Mano Derecha del Emperador. No somos conquistadores.”

“No hay ningún Emperador,” dijo Utagawa. “¿Quién mirará por el Imperio en su ausencia? ¿Quién puede instaurar una nueva dinastía en el trono, cuando la línea de sucesión de la anterior se ha extinguido?”

“No soy quien para responder esos interrogantes,” dijo Shigetoshi.

“Otros ansían hacerlo,” contraatacó Utagawa. “Sabéis tan bien como yo que otros clanes buscan activamente el trono. Que el León haya hecho tan pocos movimientos públicos para asegurarse los recursos necesarios es uno de las cosas que me indican que sois digno.” Se detuvo un momento. “Os confesaré, mi señor, que hasta hace poco tiempo la idea de un Imperio gobernado por el León se me antojaba extremadamente inquietante.”

Shigetoshi sabía que las palabras de la mujer debían enfadarle, pero no podía evitar sentirse intrigado. “¿Y qué os ha hecho cambiar?”

“Vuestra guerra contra el Unicornio,” respondió ella. “Ninguna guerra que pueda recordar en toda mi vida ha sido promovida por tan justos y honorables motivos. En el pasado, quizás todas las tierras Unicornio habrían sido incineradas. Pero ahora, el León ha elegido salvar todo lo posible, minimizar los daños, para vengar exclusivamente el insulto proferido por el Unicornio, y después retirarse sin segundas intenciones.” Agitó su cabeza. “Este no es el Clan León que he creído conocer toda mi vida.” Hizo una nueva reverencia. “Puse en duda el honor del Clan León, y por ello me disculpo humildemente. Ahora veo el error que cometía, y tanto yo, como los hombres con los que sirvo, deseamos ofreceros nuestro apoyo.”

Shigetoshi le dio la espalda y se rascó pensativamente la barbilla. “La guerra ha concentrado la atención del clan durante demasiado tiempo, incluida la mía. Ahora que me encuentro en posición de liderar al León, debo confesar que la noción del trono me ha preocupado enormemente. Las maquinaciones del resto de los clanes se han ido haciendo más transparentes a medida que pasaban los días, y lo que he visto me preocupa.”

“El Escorpión, en concreto, lleva tiempo posicionándose encubiertamente,” añadió Utagawa. “La muerte de Otomo Hoketuhime parece haberles beneficiado significativamente.”

“Sí, ha sido muy afortunado para el Escorpión,” dijo Shigetoshi, su voz teñida de desdén. “Tengo entendido que el Campeón Esmeralda se ha tomado un interés personal en dicho crimen, por lo que estoy seguro que pronto el culpable será llevado ante la justicia.”

Utagawa sonrió levemente. “Sarcasmo. Es algo inesperado, viniendo de un Campeón del León.”

“Considera tu oferta cuidadosamente,” dijo Shigetoshi. “No te engañaré en este tema. Tus tropas están formadas casi exclusivamente por ronin, y en el gran esquema general, los ronin son simplemente instrumentos para el León, poco más. Si tu oferta es genuina, seréis desplegados con regularidad, y vuestro destino será peligroso.”

“La Legión de los Dos Mil no esperará menos,” dijo Utagawa. “Nuestro apoyo es para vos.”

Shigetoshi asintió. “Muy bien entonces. Regresarás con tus hombres y les informarás que vais a ser desplegados de inmediato.”

Utagawa se inclinó. “¿Dónde seremos desplegados, mi señor?”

“Toku Torid-e,” replicó él.

Utagawa le miró, ceñuda. “¿El Clan Mono?”

“Hai,” respondió Shigetoshi.

La pequeña ronin titubeó un momento. “¿Puedo preguntar cual es la razón, mi señor?

El Campeón del León arqueó una ceja. “No estoy acostumbrado a que mis órdenes sean cuestionadas, taisa. Dado que nuestras costumbres os serán novedosas, seré indulgente.” Echó una mirada a los mapas. “La Alianza de los Clanes Menores ha sido considerada siempre como un recurso para otros clanes. Sus recursos serán tomados de una u otra forma. El Clan Mono fue un vasallo favorecido de Toturi I, y como tal, debe mostrárseles el debido respeto. La Legión viajará a sus tierras y les ofrecerá su completa protección y cooperación. Acomodaos a sus deseos tanto como sea posible.”

“¿Y si desean que nos marchemos?”

Shigetoshi sonrió. “Vuestro señor os ha ordenado permanecer allí, y obviamente no puede esperarse que os comportéis de una forma tan deshonrosa.”

Utagawa asintió. “Eso otorgará al León el desafortunado papel de invasor.”

“Hubo un desafortunado incidente en Kudo,” admitió Shigetoshi. “Era inevitable, y necesario en última instancia, pero en el conjunto general deterioró cualquier esperanza de relaciones amistosas entre el León y la Alianza.” Se encogió de hombros. “Si así es como debe ser, no hay mucho que perder, pero si es posible evitarlo, no veo razón para crearnos enemigos donde no existen.” Hizo un gesto hacia el mapa. “Vuestras fuerzas acompañarán a las del León a corta distancia, hasta el Paso Shamate. Estamos viajando hacia Mizen Mura en una misión similar.”

“¿La frontera entre las tierras Grulla y Seppun?” dijo Utagawa.

“Es un favor a nuestros aliados,” replicó Shigetoshi. “La Grulla se ha comprometido por su honor a defender la ciudad, aunque está bajo escasas amenazas. Su guerra en el sur requiere tropas adicionales, así que asumiremos la vigilancia de la ciudad para que sus fuerzas puedan desplegarse hacia el sur.”

Utagawa hizo una reverencia. “¿Cuando partiremos, mi señor?”

“Dentro de tres días. ¿Estará preparada la Legión?”

Ella asintió. “Estaremos siempre preparados para permanecer junto al León, de ahora en adelante.”