Voz del Emperador – Togashi Satsu

La Conclusión, Parte 4

 

por Shawn Carman

 

Traducción de Mori Saiseki

 

 

El día veintiuno del Mes del Perro, año 1170

 

La llanura que rodeaba la Colina Seppun estaba llena de una extraña mezcla de tranquilidad y jolgorio. Hacía menos de una hora que las Voces de los Cielos habían proclamado la decisión de Tengoku, y un nuevo Emperador había ascendido al trono. Se había creado una nueva Dinastía en el Imperio de Rokugan, y prometía anunciar una época totalmente ignota. Muchos se habían dirigido a los templos a rezar, dando gracias a los Cielos por haberles guiado y orando por la sabiduría y misericordia de su nuevo señor. Otros celebraban el acontecimiento, y muchas ruidosas fiestas ya habían sido interrumpidas por los vigilantes guardias Seppun antes de que se volviesen demasiado problemáticas.

Nada de eso importaba a Mirumoto Kei.

La guerrera estudiaba cuidadosamente a su oponente, buscando alguna señal de debilidad, algo que pudiera usar para ganar alguna ventaja. Desafortunadamente, su oponente simplemente estaba allí, casi inmóvil. Tras unos momentos de sufrir su escrutinio, él sonrió un poco, e hizo un gesto con una mano para que ella se acercase.

Kei aceptó y corrió hacia delante con una velocidad considerable, el poco familiar peso de la espada haciendo que fuese un poco más difícil de lo que a ella le hubiese gustado. Togashi Satsu se quedó perfectamente inmóvil hasta el último segundo, y luego se movió solo unos centímetros, permitiendo que la roma espada pasase tan cerca de la piel de su cara que Kei se sintió enferma solo de verlo, y se preguntó si literalmente no le había afeitado el pelo de su mejilla.

Satsu alargó la mano y tocó levemente el hombro de Kei. Ella no sintió dolor, pero se encontró dando vueltas hacia el otro lado del polvoriento claro donde estaban entrenando, su inercia se había vuelto en su contra. Recuperó el equilibrio y se puso en posición defensiva, pero por segunda vez Satsu no se puso a la ofensiva, sino que la miraba con la misma expectación que ella encontraba tan frustrante.

Ella giró hacia un lado hasta que se encontró frente al costado izquierdo de Satsu, y entonces volvió a correr hacia delante. Esta vez ella adoptó una estrategia algo modificada de un anterior intento que no había funcionado, quizás esperando que el no reaccionase de la misma manera. Ella hizo una finta hacia abajo con su katana, y luego, repentinamente, dio una vuelta en redondo hacia atrás en un peligroso giro que hizo que su wakizashi volase hacia el cuello de Satsu. Con la misma tranquila e imposible elegancia y velocidad, Satsu cogió su espada entre los dos primeros dedos de su mano derecha. La maniobra debería haber roto su mano en dos por la muñeca, incluso con el arma romo de prácticas, pero la sostuvo entre sus dedos, aparentemente sin esfuerzo alguno. Su mano derecha se alargó, con la velocidad de una serpiente, y la golpeó levemente en su hombro izquierdo. Ella sintió un leve cosquilleo.

“No debes sobre-extenderte,” empezó Satsu.

Repentinamente, Kei soltó la empuñadura de su wakizashi y lanzó un rápido golpe sin arma con su mano izquierda, pillando a Satsu por sorpresa y golpeándolo en todo el mentón. Él trastabilló hacia atrás, cogido totalmente por sorpresa, pero no soltó la espada. Él apartó la mano de su mentón, y Kei vio con horror que ella le había cortado. “¡Mi señor!” Dijo, soltando la katana de prácticas y haciendo una reverencia. “No quería… No sé… ¡Lo siento!”

Satsu se rió y tiró el wakizashi para que se uniese a la katana. “¡Bien hecho, Kei!” Dijo. “¡Ignoraste completamente los efectos del golpe contra el nervio! Estoy impresionado. Pocos dominan tan rápidamente la técnica de la Vaina de Hierro. Después de todo, solo te la enseñé hace unas semanas. Eres una alumna sobresaliente.”

Kei se sonrojó contra su voluntad. “No tanto, mi señor,” admitió. Metió la mano dentro de su kimono y sacó una pequeña placa metálica que había atado a su hombro. Mostraba una clara hendidura donde Satsu la había golpeado a pesar de la aparente ligereza del golpe. “Simplemente odio ser derrotada dos veces de la misma forma.”

Satsu se volvió a reír, esta vez más bulliciosamente. “Bien hecho,” repitió. “Cada día refuerzas la confianza que he depositado en ti.” Su expresión cambió, y se volvió más sombría. “Para mi es una pena que deba cargarte con tantas responsabilidades.”

“Nunca, mi señor,” insistió ella. “Me siento tremendamente honrada por servir al Campeón Dragón.”

Satsu asintió y miró al sur, hacia la Colina Seppun. “No has dicho nada sobre la proclamación.”

Kei no dijo nada.

“De alguna manera te afecta,” continuó. “Puedo sentir tu malestar.”

“Debería alegrarme porque el Imperio ya no sufre por tener el trono vacío,” admitió Kei. “Debería estar llena de alegría porque las guerras van a terminarse. Pero…”

“Pero sientes una oscuridad, algo oscuro en el horizonte,” Satsu terminó por ella. “Conozco bien ese sentimiento, amiga mía. Yo también lo siento. Hay tiempos oscuros ante el Dragón.”

“Hubo una promesa de imponer justicia. Me pregunto si podría ser el Dragón el que será juzgado. No tengo razón alguna para pensar esto, pero no puedo evitarlo.” Agitó la cabeza. “Algunos días echo de menos los tiempos sencillos, cuando nada más era una soldado.”

“Ahora esos días te quedan muy atrás,” dijo Satsu. “Y me temo que se vuelven más lejanos a cada momento.” Sonrió. “Siento tener que aumentar la carga que llevas, Kei. Espero que un día me perdones por ello.”

Ella frunció el ceño. “No lo entiendo, mi señor.”

Satsu continuó mirando a la lejana Colina Seppun. “Voy a ser la Voz del Emperador.”

Kei no pudo evitar dar un grito de sorpresa. “¡Mi señor!”

“Y tú me sucederás como Campeona Dragón.”

Hubo un momento de inmaculado silencio. “¿Qué?”

“No hay nadie mejor que pueda ocupar el puesto,” explicó Satsu.

“No, mi señor,” empezó ella. “No soy la adecuada para llevar esa carga. Seguro que hay otro más adecuado para…”

“No lo hay.”

“Mareshi,” insistió Kei. “Mareshi está mucho más capacitado para ese puesto que yo.”

“Él no lo desea,” contestó Satsu. “Y yo tampoco. Nadie está más capacitado para esta tarea que tú. Y en cualquier caso, si tu esposo tomase mi puesto en vez de ti, ¿crees qué tu carga sería más ligera?”

Kei frunció el ceño y no dijo nada.

“¿Le has perdonado?”

“¿Mi señor?”

Satsu sonrió. “Tu boda fue de conveniencia, al menos para Mareshi. Apenas se siguieron los procedimientos normales, y yo sé que eres una mujer tradicional. Al principio había resentimiento en tu corazón. Lo he visto.”

“Yo… si, lo había,” dijo ella. “Ahora lo admito, pero lo he superado. Reconozco los beneficios inherentes a ese acuerdo. Y sean cuales sean sus motivaciones, Mareshi hizo lo que pensaba que era lo mejor para el clan. Ahora lo veo así.”

“El tuyo no es un matrimonio por amor, sino de respeto. De muchas maneras, eso puede ser una ventaja tremenda.” Satsu cogió las espadas de práctica que estaban en el suelo. “Tu esposo ha conseguido mucho para el Dragón, y durante el resto de su vida conseguirá más, pero esta no es su senda. Es la tuya.”

Ella dudó. “No sé que decir, mi señor.”

“Entonces no digas nada,” dijo él. “Simplemente acepta.”

“Tengo poca elección.”

“Es como he dicho,” continuó Satsu. “Hay días oscuros en el futuro del Clan Dragón. No conozco la gravedad de las pruebas a las que nos enfrentaremos, pero existen. Creo que mi abuelo las vio, hasta cierto punto.”

“¿Podéis recordar sus visiones?” Preguntó esperanzada Kei.

“No claramente,” dijo Satsu, poniendo una mueca de dolor. “El poder de un Kami puede abrumar y atenuar tu propia visión, incluso sin pretenderlo. Sé que Togashi luchó por entender lo que va a suceder, para que el Dragón no lo tuviese que pasar, pero incluso él no lo pudo ver con claridad. He estudiado sus diarios, los textos que escribió mientras su espíritu era el dominante en este cuerpo, pero hasta ahora solo he encontrado vagos presagios.”

“Entonces, ¿qué debemos hacer?”

“Aguantar,” fue su respuesta. “Perseverar. Vencer. El Dragón capeará estas pruebas. Somos más grandes que lo que nos espera, sea lo que esto sea.”

Kei solo asintió. “¿Y qué será de vos, mi señor?”

“Parece que mi destino será mayor de lo que nunca me imaginé,” dijo Satsu. “Mi deber será llevar la palabra del Emperador al pueblo. Es una tarea que en el pasado se vio corrompida, retorcida por hombres débiles que deseaban imponer sus propios planes modificando las palabras del Emperador. Eso no volverá a pasar. Recaerá sobre mi el asegurar que la palabra del Emperador es pura, y que el pueblo conoce la voluntad del trono.”

“No hay nadie más adecuado para esa tarea,” dijo Kei. “Tranquiliza mi inquietud el saber que seréis uno de los Elegidos del Emperador.”

“Gracias,” dijo Satsu con una reverencia. “El Imperio está a punto de cambiar, amiga mía.”

“Si,” admitió Kei. “Solo nos queda esperar que será a mejor.”

“Hay más que esperanza,” dijo Satsu con firmeza. “Podemos trabajar para que sea así. En demasiadas ocasiones la ambición y la avaricia casi han condenado al Imperio. Ha llegado el momento de que hombres y mujeres honorables se planten y lo impidan, en vez de reaccionar después de que haya pasado.”

Kei sonrió orgullosamente. “El Dragón estará junto a vos, mi señor.”

“El Dragón seguirá la voluntad del Emperador, como siempre lo ha hecho,” estuvo de acuerdo Satsu, “pero debe recaer sobre ti el buscar también los propios intereses del clan. El pasar por alto el bien del clan les hará más débiles ante los enemigos, y eso es algo que me temo no se puede permitir.” Le dio las espadas a Kei. “Debo ir junto al Divino. Los documentos que te nombran la nueva Campeona se encuentran en tus habitaciones. Hice que las dejasen allí poco después de que las abandonases esta mañana.”

Kei cogió las estropeadas espadas con una reverencia. “Como ordenéis, Voz del Emperador.”